La imagen de Dios de Bolsonaro es la del Antiguo Testamento, la convicción del pueblo judío, el Dios Pantocrátor, el Todopoderoso que realizó una alianza con el pueblo de Israel.
Toda la historia de Israel se explica como el camino del Pueblo Elegido, guiado por Dios.
La referencia al poder de Dios lleva consigo dos elementos.
El poder de Dios repercute en el poder de Israel, esto genera un racismo religioso.
El poder de Dios repercute en el poder de Israel, esto genera un complejo de superioridad.
Como consecuencia, la violencia se pone al servicio de Israel. Cuando partimos de la omnipotencia desgraciadamente se saca lo peor y la religión se vuelve muy peligrosa.
Porque Dios no es capaz de ser integrado en ningún sistema de pensamiento, en ninguna religión, en ninguna sociedad ni en ninguna geografía.
Según la imagen del hombre que tenemos, será la imagen de Dios que aceptaremos.
La imagen de Dios de Bolsonaro es la del Libro de Los Reyes, del Libro de Los Jueces, del Dios de los Ejércitos, del Dios que mata a los niños en Egipto, que viola las mujeres, que arrasa con pestes.
Ese no es el Dios de Jesús, el crucificado en la cruz, que era para el Imperio romano el signo donde terminaban los criminales, las personas despreciadas. Ese Jesús desnudo, sin poder que muere en la cruz a consecuencia de su entrega por los más débiles, los leprosos, las prostitutas, que reconoce como personas a las mujeres, a los niños, invisibles en la sociedad judía, no tiene nada que ver con la imagen de Dios de Bolsonaro.
En un pueblo como el brasilero, es terrible una imagen de Dios racista.
SN 394/18
Publicado en PRENSA ECUMÉNICA – ECUPRES