BRASIL: El fascismo como religión en las elecciones de 2022 por Bruno Reikdal

Artículo publicado en https://revistazelota.com/fascismo-como-religiao-nas-eleicoes-de-2022/

Para comprender la relación entre fascismo y religión en Brasil 2022, es necesario mirar el desarrollo histórico y el papel de las iglesias en la reproducción social brasileña.


Este texto es la profundización de una discusión iniciada en 2018, cuando publicamos una versión del texto «El fascismo como religión y elecciones en Brasil en 2018» en la revista argentina Analéctica, en octubre, antes de la segunda vuelta. La hipótesis inicial fue la similitud entre las estructuras ideológicas que históricamente acompañaron el ascenso del fascismo italiano a principios de la década de 1920, y los movimientos que constituyeron la campaña del candidato Jair Messias Bolsonaro, en ese momento afiliado al Partido Social Liberal y bajo el lema «Brasil por encima de todo, Dios por encima de todo».

Durante los años siguientes, la tesis maduró en una serie de artículos, algunos de los cuales fueron reunidos y publicados en un libro de Editora Pajeú, El fascismo como religión. La hipótesis inicial se transformó propiamente en una tesis que ahora queremos traer para analizar los preparativos para las elecciones de octubre de este año, marcadas no por la tan maltratada idea de «polarización», sino por la intensificación de la lucha de clases en un período de crisis , no solo brasileña, sino mundial, dentro de los límites del propio sistema capitalista en sus contradicciones.

Sin embargo, tenemos un filtro en nuestro enfoque: mirar específicamente las manifestaciones de la intensificación de la lucha de clases dentro del movimiento evangélico brasileño. Para ello, necesitamos dejar claros algunos supuestos que acompañan el análisis de nuestro tema. Así, seguiremos nuestro texto en tres movimientos: 1. una discusión teórica sobre la relación entre religión y reproducción social; 2. una reanudación histórica del desarrollo del evangelicalismo en Brasil; y 3. el auge del fascismo en las tramas sociales y su articulación con la experiencia religiosa.

El fascismo es un fenómeno social moderno, capitalista, determinado por la movilización de porciones sociales (especialmente de las clases medias) en un movimiento reaccionario que se sustenta en un nacionalismo mítico constituido por la negación de sus enemigos, internos y externos. No tiene un programa claro, más que el mantenimiento y alimentación de su propia movilización constante contra grupos u organizaciones entendidas como la causa de todos los males. Es con estas características que José Carlos Mariátegui1 presenta el ascenso del fascismo en Italia a principios de la década de 1920, definiendo el espíritu de este movimiento como misticismo reaccionario y nacionalista. En su crítica a lo que sería la teoría fascista, comenta que el fasci «pretendía ser, más que un fenómeno político: un fenómeno espiritual».2

Organizado en brigadas, el fascismo no surge cuando se basa en las instituciones que ejecutan el poder político, como el Estado. Por el contrario, es gracias a la fascistización de los complots sociales que se hace posible la llegada de un fascista al poder. Este proceso, por lo tanto, no puede ser discutido «de arriba hacia abajo», analizando el fenómeno desde la cima de su manifestación, sino reconstruyendo o encontrando sus bases, sus causas, sus raíces. En este sentido, se trata de mirar los procesos históricos y sociales que garantizan las condiciones para el ascenso del fascismo.

En cualquier caso, como hemos dicho, nuestro recorte dentro de la totalidad de los procesos sociales es la esfera religiosa. Buscaremos enumerar aspectos generales de la articulación entre religión y fascismo dentro de la reproducción social brasileña. Es muy importante destacar esto, porque, como comentamos en el libro El fascismo como religión, no podemos enfrentar el problema con ingenuidad, imaginando que el tema es el uso instrumental de la religión a favor del fascismo o «mero ‘abuso’ de la fe de los demás para engañar a personas ignorantes o inocentes. La pregunta relevante es: ¿cuáles son las condiciones que hacen posible las conexiones entre el fascismo y el cristianismo dentro de nuestra reproducción social?»3

Ideología, religión y reproducción social

La base de toda sociedad es su forma de organizarse para asegurar las condiciones necesarias para que la vida permanezca «mañana». Colectivamente utilizamos los medios y recursos disponibles para desarrollar un producto social total, que, cuando se distribuye y consume, debe garantizar que al día siguiente la reproducción de la vida sea posible y la sociedad permanezca. A esta organización la llamamos el «modo de producción», que implica una división social del trabajo y una coordinación de esta división social del trabajo. A la continuidad de este proceso lo llamamos reproducción social.

No es posible comer, beber, vivir, trabajar, moverse, ir al servicio o reunión familiar sin mantener constantemente la reproducción social y garantizar las condiciones de esta reproducción. Por esta razón, se afirma que el modo de producción es el punto de partida para el análisis social. Determina si todos los demás logros dentro de la sociedad serán posibles o no. Es una condición necesaria para que estemos vivos, para que hagamos historia. Marx resume el contenido de la siguiente manera:

«La totalidad de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se eleva una superestructura legal y política y a la que corresponden ciertas formas sociales de conciencia. La forma en que se produce la vida material condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual».4

La actualización diaria y cotidiana de la estructura económica sostiene y da condiciones para el desarrollo de la propia sociedad, bajo condiciones ambientales cambiantes, contingencias que requieren innovaciones, invenciones o que crean conflictos y nuevas situaciones no planificadas que tensan la propia estructura. La reproducción social, por lo tanto, necesita ser transformada en un cierto sentido, pero permanecer en otro. Necesita constantemente garantizar las condiciones para la producción y la reproducción «al día siguiente», pero no necesita mantener el modo de producción, es decir, la forma en que se organiza la división social del trabajo, porque esto puede ser en un momento determinado una de las causas de la imposibilidad de garantizar las condiciones necesarias para la reproducción social.

Todo este juego de tensiones entre transformación y mantenimiento gira en torno a la base de la estructura económica. Pero también involucra a toda la sociedad, con sus instituciones, formas de organización y las formas de conciencia que nacen de ella, se desarrollan en ella y sobre ella se dirigen a interpretar la realidad. Este amplio campo de las relaciones sociales y las formas de conciencia es el alcance ideológico o las disputas ideológicas.

La ideología, por lo tanto, no puede entenderse en un sentido ingenuo o negativo. Esto no es una «mentira» o «falsedad» teórica o discursiva. Tampoco se trata de preferencias de los individuos, que eligen sus «ideologías» de manera atomizada y aislada. En el marco que estamos presentando, la ideología se refiere a los contenidos involucrados en el mantenimiento, reforma o revolución de una estructura determinada. Es, por lo tanto, el proyecto de sociedad implícita o explícita en las producciones sociales, ya sean teóricas o institucionales, ya sea como formas de conciencia social o formas de organización social.

¿Cuál es el tipo de compromiso de una idea, un valor, una institución, una teoría, etc., en relación con una estructura dada? ¿Estás involucrado en qué propósito o con qué propósito? Independientemente de las «voluntades» o «preferencias» de los agentes, ¿cómo se articulan estas ideas, valores, instituciones, teorías, etc., con la estructura económica actual? Este es el punto de análisis y crítica ideológica.5

Es importante que destaquemos esto, porque la «ciencia» se opone comúnmente a la «ideología», e incluso «religión» a la «ideología». Se opone a un campo que sería «neutral» o impasible de una crítica objetiva a otro «contaminado» por ideología, por algo aparentemente malo y negativo. Este campo aparentemente neutro es, por lo tanto, abstraído o despegado de la reproducción social en la que se inserta, que da condiciones para su propia existencia y para la que sirve de una manera u otra. Reflexionemos brevemente sobre la religión y la ciencia aparentemente «neutrales» o sin ideología para ciertos grupos humanos para explicar lo que pretendemos decir con la expresión «fascismo como religión»6.

A principios del siglo 20, Max Weber ya indicó que la ciencia ocupa en Occidente el lugar de la religión como explicadora del mundo y legitimando la explicación del mundo. En resumen, Jessé Souza lo explica muy bien:

«La ciencia hereda el prestigio de la religión en el contexto premoderno y asume, en su mayor parte, al menos el papel de explicar el mundo moderno. No hay tema que se discuta en la esfera pública de ninguna sociedad moderna que no invoque la «palabra del experto» que habla por la ciencia. Así, el potencial de la ciencia para producir un aprendizaje individual y colectivo efectivo está vinculado y a menudo condicionado, por la fuerza de su prestigio público, para servir como instancia legitimadora y primera y decisiva trinchera de la lucha social y política por la definición legítima de «buena vida» y «sociedad justa». En otras palabras: no hay orden social moderno sin una legitimación pretensamente científica del mismo orden».7

Este es el lugar privilegiado de los «fieles del equilibrio» o la neutralidad frente a las disputas ideológicas. Sin embargo, como opera como legitimadora del orden, la propia producción científica revela su carácter ideológico, implícito en el mantenimiento de la estructura económica. En otras palabras, la ciencia misma siempre está involucrada, siempre, en la práctica y de manera efectiva, en el mantenimiento, reforma o transformación de una estructura, y sirve, en este sentido, a uno u otro proyecto de sociedad, y puede o no estar explícita y conscientemente involucrado en él. En la expresión de Jessé Souza asumiendo la teoría weberiana, este es el «carácter bifronte de la ciencia: tanto como mecanismo de iluminación del mundo como mecanismo para encubrir relaciones de poder que permiten la reproducción de privilegios injustos de todo tipo».8

Para la religión en este espacio de neutralidad vale lo mismo: puede ser tanto un mecanismo de clarificación y transformación de la estructura actual, como de ocultamiento y mantenimiento de la reproducción social. En su función última, la religión ocupa el papel de legitimar o no los efectos de la reproducción social en la vida de las personas. Es en este sentido, por ejemplo, que la Escuela del Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI) discutirá el papel de la religión en relación con los sacrificios y la demanda de sacrificios realizados por la economía neoliberal, haciendo ética y religiosamente aceptable la muerte y el robo de la vida de la mayoría de los seres humanos en nombre de la reproducción del capital, el objetivo de nuestro modo de producción.

Así, cuando trabajamos el fascismo como religión, no nos ocupamos de una «irracionalidad» del fascismo o de sus elementos «mágicos», sino de sus mecanismos o «disfraces estructurales».9, como lo define Hugo Assmann. En nuestro enfoque, «el fascismo como religión se entiende como la forma de conciencia social nacida de la necesidad de justificar la violencia contra la vida humana llevada a cabo por este movimiento [fascista] en el mantenimiento de nuestro modo de producción»10.

El carácter general del evangelicalismo en Brasil

Nuestro problema es entender las condiciones que hicieron posible la articulación entre fascismo y evangelicalismo en Brasil para finalmente llevar a cabo una crítica del «fascismo como religión» en el sentido que indicamos en nuestra argumentación anterior. Para ello, como indicamos, no se trata de entender el desarrollo de ideas, doctrinas o valores en sí mismos, sino desde la base que condiciona las formas mismas de conciencia social que tensan, conflictan y maduran dentro de la reproducción social. Por lo tanto, es particularmente importante considerar la evolución del movimiento evangélico brasileño. Un argumento más extenso se puede leer en el segundo capítulo y en el anexo del libro El fascismo como religión (2020).

A pesar de sus trayectorias particulares, las diferentes denominaciones evangélicas en Brasil tienen un movimiento de expansión similar. Las iglesias reformadas y adventistas, que llegaron al país en la segunda mitad del siglo 19, estaban formadas por inmigrantes y durante mucho tiempo estuvieron relativamente restringidas a estos grupos, que formaban las clases medias de la sociedad. Incluso las diferentes denominaciones pentecostales a principios del siglo 20 llegaron al país a través de la inmigración y bajo proyectos de modernización eugenésica basados en el «blanqueamiento» de la población, bajo el interés de una porción de la burguesía nacional que buscaba instalar pequeñas industrias e incluso mecanizar las producciones existentes para ganar en productividad.

El siglo 20 se caracteriza por una gran marcha de «modernización» de la sociedad brasileña, con diferentes etapas y transformaciones en el proceso productivo. La asimilación de la forma capitalista de trabajar , es decir, el intercambio de la fuerza de trabajo por un precio en forma de salario – no absorbió a toda la población, que progresivamente perdió sus tierras a manos de terratenientes demarcados bajo la propiedad privada, no pudo competir con la producción mecanizada en el campo y se vio obligada a ir a tierras más pequeñas y menos fértiles o emigrar a las ciudades. que creció sin planificación en torno a la industrialización (que, de nuevo, no absorbió productivamente la llegada masiva de esta fuerza de trabajo).

Además, el abandono y la marginación de la población negra que había sido esclavizada agravaron aún más las condiciones de vida insuficiente, el trabajo informal, improductivo e incluso la sobreexplotación del trabajo. El «ejército industrial de reserva» (la masa de fuerza productiva no utilizada, es decir, las personas sin acceso a las condiciones necesarias para su propia reproducción en la sociedad capitalista: salario que garantiza la canasta básica para la reproducción de la vida familiar) solo aumentó y se agolpó en las ciudades. Las tensiones en el campo, el crecimiento urbano desordenado y las condiciones de producción desequilibradas han marcado nuestra sociedad y nuestro subdesarrollo del período (y hasta el día de hoy).

Es durante los conflictos políticos, económicos y sociales del período que surgen las condiciones para la teología de la liberación, que enfrenta situaciones de hambre, precariedad y pobreza resultantes de las contradicciones de la modernización capitalista, especialmente en el campo (en el caso católico). Es también en este contexto que las iglesias evangélicas comienzan a expandirse, principalmente en las ciudades, sumando personas del territorio que ocupan (centro o periferia) y las clases sociales asignadas de manera diferente en el espacio urbano.

Mientras que en el campo hay una lucha popular por la tierra y por disminuir los efectos del capitalismo sobre esa población, en las ciudades hay una lucha por la supervivencia y por la creación de nuevos lazos sociales, ya que los tradicionales han sido destruidos. En el entorno urbano, donde cada nuevo habitante es un páramo que migra solo o con su reducido núcleo familiar, no hay garantía de empleo, condiciones de vida, vivienda, etc. Con lazos sociales rotos, nuevos espacios institucionales se convierten en refugio y garantizan el acceso a condiciones de vida, comunidad y solidaridad. Las iglesias evangélicas ven un crecimiento significativo y progresivo de los miembros. La evangelización y la nueva forma de vida de las ciudades crean condiciones propicias para este nuevo movimiento espiritual. Es una religión adecuada para la ciudad y la nueva forma de organizar la reproducción social.

Desde la década de 1980 hasta la década de 1980, todas las denominaciones (pero, en absoluto, los pentecostales) han crecido rápidamente con la consolidación de la forma de vida urbana y, en la primera década de la década de 2000, encuentran el «pico» de su curva de crecimiento. Es interesante cómo este es un patrón en las diversas denominaciones. La nueva dinámica de prestación de servicios (aunque sea improductiva) absorbe mejor la fuerza de trabajo, y la facilitación del crédito a través de la financiarización de la economía global asegura un aumento relativo de los ingresos, la capacidad de consumo, etc. (un fenómeno a veces llamado el ascenso de la clase C o la formación de nuevas clases medias). Las políticas del gobierno del PT fueron muy importantes para este proceso.

Sin más explicación de las políticas específicas o incluso de la coyuntura que hizo posible las condiciones para el aumento de los ingresos y la facilitación del crédito, la respuesta disponible fue la relación religiosa de suministro y retorno, en la que los fieles realizaban sus oraciones, diezmos y donaciones bajo la promesa de que Dios traería nuevas bendiciones, que se estaban materializando dentro de ciertas condiciones históricas. cuestiones sociales y económicas. Como comentamos en El fascismo como religión:

«La adquisición de bienes de consumo e incluso la posibilidad de que una micro, pequeña o mediana empresa persevere en un momento determinado de coyuntura nacional favorable, así como las políticas gubernamentales y estatales que promovieron la posibilidad de ascensión social (medida y celebrada por el patrón de consumo) estaban vinculadas a las bendiciones de Dios y al mérito individual, legitimado y explicado por la moral individualista y la justificación de la acumulación de riqueza. Así, con cada conquista en el mercado llevada a cabo por un individuo, se reforzó el papel institucional de las iglesias y la fe que hizo posible este éxito. Las condiciones históricas, los factores productivos y la macroeconomía fueron la comidilla exclusiva de expertos y gobiernos internos, que desarrollaron sus estrategias sin darse cuenta de que una masa contenta por sus logros no dedicaba la gracia lograda a la coyuntura y a saber lo que está sucediendo, sino más bien al liderazgo religioso y a la autoridad divina. que premió el esfuerzo de toda persona que se somete a las leyes del mercado capitalista».11

Los cambios significativos en la vida de las personas, la consolidación generacional en las ciudades y el papel de garantizar los lazos sociales donde no existen, así como la prestación de servicios voluntarios donde no llegan ni el Estado ni el Mercado, acompañan este proceso de empoderamiento evangélico. La posición de las iglesias es, en esta dinámica, la de defender el mantenimiento de las relaciones productivas y sociales en las que se funda, en relación con las cuales es adecuada y con las que se potencia o potencia hasta entonces. Su función institucional es mantener las relaciones sociales capitalistas que surgen de los procesos de modernización del siglo 20. Con ella, también tenemos los elementos teológicos y doctrinales, disputados en torno al mantenimiento, reforma o revolución del orden actual.

Las iglesias centrales, más tradicionales, educadas y compuestas por personas con acceso garantizado al mercado formal, son más burocráticas y tienen en el mantenimiento de su orden su tierra de disputas y garantía de permanencia de la propia institución. En las iglesias periféricas, el crecimiento es más desordenado y no planificado, pero también más poderoso y exponencial. Crece desde los bordes hasta el centro, hasta institucionalizarse en grandes convenciones y organizaciones, que comienzan a gestionar o dar los lineamientos para las iglesias de las periferias. Hay un cambio en la forma en que se coordina la iglesia, pero sin la estructura fundamentalmente burocrática, lo que hace que el papel de un liderazgo carismático que sabe cómo manejar su influencia sea decisivo.

Así, vemos que la estructura productiva da las condiciones para nuevas dinámicas espirituales y organizaciones eclesiásticas. Nuestra fe se ha transformado históricamente y responde a las necesidades y condiciones de nuestro tiempo. Asimismo, las iglesias están compuestas por personas que nacen de una sociedad determinada fundada en su modo de producción, en su estructura productiva, y por lo tanto no están libres de los problemas generados por las transformaciones en las dinámicas productivas que comentamos al principio. Por el contrario, estas transformaciones las constituyen. Las tensiones de mantenimiento, reforma o revolución requieren una posición de los fieles, líderes e instituciones en sus propias organizaciones.

Fascismo, iglesias y fascismo como religión

Si las iglesias están formadas por personas que dependen y se organizan socialmente en torno a un modo de producción que da condiciones para la existencia de las personas y de las propias iglesias, los conflictos, tensiones, transformaciones y desarrollos que se producen en la sociedad forman parte de la vida de los fieles y de la institución religiosa, lo sea o no. Diariamente necesita responder preguntas y tomar posiciones frente a la estructura productiva y otras organizaciones sociales fundadas en ella. A partir de las definiciones que indicamos en nuestro primer tema, diariamente necesita tomar una posición ideológica (consciente de ello o no, le guste o no).

Por supuesto, estas decisiones no salen de la nada. Deben ser coherentes con la tradición y la comunidad existente. Ambos son el resultado del desarrollo histórico brasileño y su reproducción social. Por lo tanto, responden dentro de ciertas organizaciones de clase, raza, género, cumpliendo ciertos roles fundamentales para que la reproducción social en sí misma sea posible al día siguiente. Existe internamente una organización institucional que acompaña en términos generales a la propia organización de clases de la sociedad en la que está inmersa la iglesia.

El fascismo es histórica y característicamente un movimiento de clase media.12 La clase media, en este caso, no se refiere a los ingresos en un principio, sino a la posición monopólica de ciertos privilegios dentro de la «superestructura»: en la gestión de instituciones y empresas, en el acceso a la educación formal y calificada, con el tiempo y el incentivo al ocio y la cultura, etc. Es la clase que aspira a acceder al privilegio del control del capital, restringido a las élites propietarias de los medios de producción y coordinan directa e indirectamente la división social del trabajo. Sin embargo, la clase media no accede a la cima de la pirámide social, porque bajo la coordinación de la división social del trabajo su función es privilegiada en relación con la clase de trabajadores pobres y miserables, pero necesariamente necesita ser habitante subordinado a la clase responsable de coordinar la división social del trabajo.

Así, la clase media trabaja por la garantía y el mantenimiento de sus privilegios (siempre en riesgo, especialmente en situaciones de crisis), mientras sueña con ser capitalista. Tiene una mejor capacidad y calidad de consumo, mejores ingresos, acceso a servicios más calificados dentro de la dinámica del mercado capitalista; en resumen, debe luchar por su posición mientras prepara a su descendencia como una camada de «campeones». El deseo de ascensión social (entendido como crecimiento de los ingresos y posiciones más altas en las funciones de gestión) guía la reproducción misma de esta clase, que, para querer acceder al lugar del capitalista, necesita defender implícitamente que este lugar se mantenga. Incluso para mantener su privilegio, necesita defender la propiedad de aquellos que aseguran su buen cargo o sus ingresos más altos dentro de la división social del trabajo.

El llamado ascenso de la clase C o expansión de la clase media dentro de las dinámicas productivas recientes y bajo la ya «modernizada» (aunque desequilibrada) organización urbana también acompaña el crecimiento de las iglesias. Sectores de las periferias con mayor poder de consumo, acceso a espacios de privilegio y disputa con la «vieja clase media» entran en la dinámica de las clases medias con un grado de fragilidad mucho mayor. No es necesario enumerar la cantidad de conflictos entre estos grupos y las contradicciones ideológicas que surgen de estas nuevas situaciones. Una nueva clase, que aparece incluida en el acceso a los privilegios de una división social del trabajo en una sociedad desequilibrada y desigual, lucha por su espacio, lo que implica tener que decidir si mantener la defensa de la propiedad privada, el acceso restringido a los privilegios, el monopolio sobre los medios de producción, o si busca su transformación o revolución.

La ocurrencia de crisis y frustraciones dentro de las clases medias (ya sean las «nuevas», o las «viejas») requiere la búsqueda de una solución para hacer viable la realización de sus proyectos. Aquí viene el espacio de maniobra del fascismo como movimiento que funciona, como indica Mariátegui, no como partido, sino como máquina de guerra. Como explicamos en nuestro libro antes mencionado:

«El fascismo es un fenómeno del mundo capitalista. Ya sea en Italia o Alemania en la primera mitad del siglo 20, ya sea bolsonarismo o golpismo en Bolivia en el siglo 21. Es un movimiento destructivo. No es un partido, como dijo Mariátegui en Italia en la década de 1920, es una «máquina de guerra». Una guerra social cuyos enemigos son opositores y disidentes, comúnmente gravados como «comunistas» (incluso si no lo son). Toda solución se reduce a la potencialización de la violencia, se permite a los participantes del movimiento y se niega a cualquier otra porción social, que puede ser «legítimamente» combatida si aparece como violenta o como un riesgo para el orden social. La militarización, la religión, los ritos simbólicos en torno a banderas, gestos e imágenes son fundamentales. Como Mussolini escribió una vez en un artículo, los brigadistas fascistas habían aprendido en las trincheras el valor fundamental de las religiones: la obediencia.13

La defensa del orden social es, de hecho, la defensa de privilegios o condiciones de privilegio amenazadas de alguna manera. La solución no está dirigida al modo de producción y a la organización de la división social del trabajo, sino a un enemigo común al que se dirige la culpa de todos los males, de todas las frustraciones, de la imposibilidad de la ascensión planificada dentro de la sociedad capitalista. Las clases medias, por lo tanto, es donde el fascismo crece y se propaga, y puede o no ser adherido por la élite, con apoyo explícito o implícito.14

El acercamiento entre el evangelicalismo y el fascismo no es principalmente por una organización doctrinal o de valores, sino bajo el desarrollo interno de la propia sociedad brasileña y su división social del trabajo. Las bases están en el proceso productivo y en la organización de las clases sociales y sus conflictos. La tan temida «lucha de clases» no es un proyecto marxista, sino un recurso teórico para comprender los efectos de las contradicciones de las divisiones sociales del trabajo y cómo se coordinan estas divisiones (y por quién).

El fascismo es el resultado de la intensificación de la lucha de clases y entra en la iglesia a través de ella. La institución, sin embargo, actúa consciente o inconscientemente, explícita o implícitamente, en defensa o no del modo de producción que sustenta a las clases y sus conflictos. En general, dadas las posiciones de las iglesias y sus miembros, de los privilegios garantizados a quienes abogan por el mantenimiento de la estructura productiva, la defensa del orden se convierte en la primera y mayoritaria reacción. La mayor tensión de todas estas dinámicas fortalece al fascismo y, bajo su modo de organización, el apoyo de las iglesias al mismo.

Marátegui comenta, por ejemplo, que en la década de 1920 el fascismo italiano, en su constante movimiento violento y sin un programa claro, aprovechando la crisis generalizada y las frustraciones sociales en las clases medias y entre los trabajadores, fue capaz de agrupar bajo el misticismo reaccionario y nacionalista grupos de todo tipo e ideales. El movimiento en sí no tenía un apego religioso específico; por el contrario, de «republicano, anticlerical e iconoclasta en sus orígenes, el fascismo se declaró más o menos agnóstico ante el régimen, y ante la Iglesia cuando se convirtió en partido».15 Lo que importa es la movilización contra el enemigo (comunista, por supuesto) en defensa del orden.

La escalada fascista aumenta el número de víctimas, asesinatos, violencia y persecución. Por lo tanto, sus acciones deben someterse a un tratamiento de «ética» y «moral» para ser aceptables para las masas. El papel que juegan las religiones en este momento es fundamental. Así, se acercan al fascismo asegurando espacios privilegiados en las trincheras internas contra disidentes y opositores, contra las amenazas seleccionadas como culpables de los males del mundo. En defensa de la fe, la patria y la familia, marchan en la lucha por los privilegios y por el mantenimiento del orden social «beneficioso».

Los sacrificios humanos son justificados por la acción necesaria de la mano de Dios en la purificación de la nación. Un proyecto de sociedad es un proyecto divino, la palabra de liderazgo por la voz de Dios. El elegido como líder en la Cruzada Fascista debe ser, en este sentido, un Mesías.

Para 2022 estas relaciones están más que abiertas. El genocidio programado (por las élites y el gobierno fascista que calcula la muerte en una gestión de guerra contra su propio pueblo) y el genocidio consentido (de complots populares que aceptan explícita o implícitamente la aparente «inevitabilidad» de la violencia y legitiman el sabotaje contra la vida)16 de la pandemia no interrumpió el poder del fascismo. Un tercio de la población se dedica efectivamente a defender el movimiento fascista. Porción compuesta en su mayoría por la clase media, que ocupa los puestos privilegiados en la administración y gestión de las instituciones. Con el monopolio de los mecanismos de producción cultural (desde puestos en universidades, escuelas hasta medios de comunicación), tiene mayor poder en la propia disputa ideológica.

La campaña fascista de 2018 llamó a la defensa de la patria, la fe y la familia. Para 2022, para mantenerse con vida, el movimiento nacionalista y reaccionario necesita potenciar su ofensiva. Su posición debe ser perseguir o cazar disidentes, así como su mayor amenaza: el comunismo. Para que sus acciones sean más violentas, explícitas e ininterrumpidas, necesita inflar la necesidad de la guerra. El anticomunismo es su último rincón.

Obviamente, el anticomunismo no concierne a aquellos que son efectivamente comunistas. El mecanismo del anticomunismo funciona como legitimador de la persecución, sea quien sea. Todo lo que se necesita es un impuesto «comunista». Por supuesto, este debe ser su enemigo, ya que es el grupo que se opone explícita y supuestamente a la estructura económica establecida, que busca una revolución en el modo de producción que necesariamente requiere una transformación en otras organizaciones sociales. La bandera comunista pone en tela de juicio la necesidad de desestabilizar el orden imperante, y esto interfiere con la vida de todas las personas, especialmente de las clases que tienen algún privilegio. Por lo tanto, atacar al comunismo da dos ventajas al movimiento fascista: 1. llevar a cabo su proyecto de mantener y fortalecer la estructura económica actual; 2. difundir el miedo como combustible para la aparente necesidad de violencia que promueve.

Una vez más, todos estos procesos necesitan justificación moral. La alianza con las religiones populares es fundamental, por lo tanto. En el caso de las iglesias evangélicas, su composición histórica y social, la forma en que se incluye y se beneficia de la reproducción social brasileña, facilita su aproximación con el fascismo. Agregue a esto las disputas internas propias de la dinámica institucional (tema que tratamos en el artículo «Cambiar las iglesias: ¿para qué?») y una influencia histórica de la teología estadounidense que se convirtió en una herramienta doctrinal anticomunista en el período de la Guerra Fría, y tenemos condiciones óptimas para que la herramienta de persecución sea insuflada, relatando también el apoyo directo o indirecto de liberales y progresistas que no se identifican como comunistas, pero no se dan cuenta de la dinámica que hemos estado tratando hasta ahora.

En este sentido, y por último, el papel de las iglesias aumenta en estas elecciones. La necesidad de justificar el mantenimiento del fascismo coloca a las instituciones religiosas en un lugar privilegiado en las disputas ideológicas dentro de la intensificación de la lucha de clases. Cumpliendo su función de legitimación moral de la escalada de violencia y persecución, del aumento de tono y, como muchos de los que conforman el fascismo brasileño, de un golpe cívico-militar, es necesario fortalecer el carácter religioso del fascismo.

Notas:

1.↑ Intelectual peruano que, estando en Italia durante la década de 1920, experimentó el ascenso del fascismo y publicó varios artículos para periódicos, revistas y seriales italianos y peruanos sobre la realidad política de la época.

2. Ver MARIÁTEGUI, José C. Los orígenes del fascismo. Editorial Alameda, São Paulo – SP, 2010, p. 309.

3. Ver LIMA, Bruno R. El fascismo como religión. Edirota Pajeú, São Paulo – SP, 2022, p. 7.

4. Véase MARX, Karl. Contribución a la crítica de la economía política (1859). Editora Expressão Popular, São Paulo – SP, 2008, p. 47. Griffin nuestro.

5. Ver nuestros artículos «Acerca de la ideología«, traducción de un texto de Franz Hinkelammert y «Biblia e ideología«.

6. Ver LIMA, Bruno R.; Pizza, Suze. Neoliberalismo brasileño y conservadurismo. Editorial ICL, São Caetano – SP, 2022.

7. Ver SOUZA, Jesse. La locura de la inteligencia brasileña: o cómo el país es manipulado por la élite. São Paulo: Editorial Leya, 2015.

8. Ver SOUZA, Jesse. La locura de la inteligencia brasileña: o cómo el país es manipulado por la élite. São Paulo: Editorial Leya, 2015, p. 18.

9. Ver ASSMANN, Hugo, La idolatría del mercado: ensayos sobre economía y teología. Editora Vozes, 1989, p. 305.

10. Ver LIMA, Bruno R. El fascismo como religión. Edirota Pajeú, São Paulo – SP, 2022, p. 8.

11. Ver LIMA, Bruno R. El fascismo como religión. Edirota Pajeú, São Paulo – SP, 2022, pp. 86-87.

12. REICH, Wilhelm. La psicología de las masas del fascismo. Martins Fontes, São Paulo – SP, 1998. El segundo capítulo, en particular, tiene un tema específico sobre la composición de clases de la base del fascismo, en el que la clase media se destaca como la base del movimiento en sus diferentes expresiones en diferentes países. Un fenómeno del capitalismo.

13. Ver LIMA, Bruno R. El fascismo como religión. Edirota Pajeú, São Paulo – SP, 2022, p. 26.

14. Ver nuestro artículo Fascismo como religión y elecciones en Brasil en 2018.

15. Ver MARIÁTEGUI, José C. Los orígenes del fascismo. Editorial Alameda, São Paulo – SP, 2010, p. 310.

16. En cuanto a los conceptos de «genocidio programado» y «genocidio consentido», véase el artículo «La irracionalidad del mercado total, la ideología conservadora brasileña y la legitimación del genocidio durante la pandemia«.

CARTA BLANCA PARA LA TORTURA por Frei Betto

El presidente nacional homenajeó como héroe nacional a uno de los más notorios torturadores de la dictadura militar, el coronel Brilhante Ulstra. Pero más grave que lo que Bolsonaro dice es lo que hace. En junio firmó un decreto por el que eliminó los cargos del Mecanismo de Prevención y Combate a la Tortura. Siete peritos, responsables de monitorear violaciones a los derechos humanos fueron despedidos. Su actividad pasó a ser entendida como “una actividad no remunerada”.

Aunque el mecanismo todavía exista, los peritos perderán la función de empleados públicos. En teoría, podrán fiscalizar sin recibir remuneración. Los expertos  vinculados  al Ministerio de la Familia, la Mujer y los Derechos Humanos, continuaron  su trabajo durante dos meses. Hasta que la ministra Damares Alves, que se dice cristiana, decidió restringir la entrada de los peritos al predio del ministerio.

El dos de agosto la secretaria  Protección Global del ministerio determinó que el acceso de los  peritos al predio pasara a ser controlado. Cada uno de ellos deberá pedir permiso de entrada cada que vez que tuviera tal propósito. El uso de las salas estaría sometido  a agenda previa y podrían no estar disponibles.

Dentro del predio los peritos perderán el acceso al sistema electrónico. Sus asesores técnicos fueron destinados a otras funciones.  Así el gobierno amputó los brazos  y cegó los ojos al equipo  encargado de  investigar  las denuncias de torturas.

Todo eso significa querer poner una piedra en el combate a la práctica de la tortura en Brasil, considerada crimen hediendo, incalificable e imprescriptible por la legislación brasilera. Un Mecanismo creado en 2013 debido a un compromiso asumido por Brasil con la ONU, destinado a investigar violaciones a los  Derechos Humanos en instituciones de privación de libertad, como cárceles, hospitales, clínicas psiquiátricas.

El 12 de agosto, la justicia de Río de Janeiro suspendió el decreto presidencial de eliminar los cargos del  Mecanismo. El mandato del  juez Osair de Oliveira Jr, de 6to  Turno Federal, determina que los peritos sean reintegrados  a sus cargos  con su remuneración.

La ministra Damares Alves que se dice cristiana, considero equivocada la decisión de la Justicia de Río de Janeiro   y aseguró que el gobierno va recurrir. “No tengo que emplear a todo el mundo” dice ella, “la ley no nos obliga a emplearlos”. “La ley nos obliga a mantenernos en la estructura, siempre y cuando sea preciso, serán llamados para un trabajo específico de combate a la tortura”. Declaró que  todavía continuarían recibiendo pasajes aéreos cuando sean convocados para prestar servicio.

 Según informe de la Relatoría Pública del Estado de Río de Janeiro, divulgado el 2 de agosto, uno de cada veinticinco presos que pasa por la audiencia de custodia  declara haber sido torturado. ¿Y cuántos no denuncian por miedo a represalias? Entre mayo de 2018 y agosto de este año, el Núcleo de Derechos Humanos recibió 931 registros de torturas. Dentro de las víctimas, 153 eran menores de edad. Dentro de las agresiones físicas y psicológicas descritas por los presos, se destacan  patadas y golpes, armas en la cabeza, amenazas de muerte, choques eléctricos, colgamiento.

Desafortunadamente  hay quien argumenta (y también se dice cristiano)  “¿qué  hicieron ellos con las víctimas?”.   Ahora, si  quieren  adoptar la ley del Talión, rasguen la Declaración de los Derechos  Humanos  y la Constitución.  Supriman los tribunales, elijase el odio y no el amor como principio básico de esa comunidad que no merece llamarse humana y civilizada.

A tiempo: es bueno recordar para aquellos que se dicen cristianos que Jesús  fue torturado y condenó  duramente  a  quien no ve  al prójimo como templo vivo de Dios que jamás debe ser  profanado.

Publicado en O Globo 18 de agosto de 2019

Traducción: Antonio Coelho

NATURALIZACIÓN DEL HORROR por Frei Betto

Frei Betto esboza diez pasos de lo que  Bolsonaro quiere hacer  en Brasil.

Brasil de Fato/Sao Pablo

En 1934, el embajador Jose Jobim (asesinado por la dictadura, en Río de Janeiro en 1979) publicó  un libro “Hitler y los comediantes” (Editorial Cruzeiro do Sul).

Describe allí el ascenso del líder nazista recién electo, y la reacción del pueblo  alemán ante sus abusos.  La población no creyó que él  implantaría un régimen de terror. “A él no le gustan los judíos”, decían “ eso no debe ser motivo de preocupaciones. Los judíos son poderosos en el mundo de las finanzas y Hitler, no es tan loco para acosarlos”.

 Y todos sabemos todo lo que paso.

Estoy convencido de que Bolsonaro sabe lo que quiere y tiene un proyecto de largo plazo para Brasil. Adopta una estrategia bien diseñada. Enumero las 10 tácticas más obvias.

  1. Despolitizar el discurso político e impregnarlo de moralismo. Él jamás demostró preocupación  por la salud, el desempleo,  la desigualdad  social. Su enfoque es la protección familiar, eso toca al pueblo más sensible a la moralidad que a la racionalidad, a las costumbres que a las propuestas políticas. Como dice un evangélico “vote a Bolsonaro para que nuestros hijos no terminen gays”
  2. Apropiarse del Cristianismo y convencer a la opinión pública de que él fue ungido por Dios para arreglar Brasil. Su nombre completo es Jair Mesías Bolsonaro.  Mesías en hebreo significa “ungido”. Él se cree predestinado. Hoy 1/3 de la programación televisiva brasilera está ocupado por Iglesias Evangélicas Pentecostales o neopentecostales. Todas pro-Bolsonaro. En cambio él refuerza los privilegios de estas iglesias, con la exoneración de impuestos y multiplica las concesiones de radio y televisión.
  3. Solapadamente su discurso, desprovisto de fundamentos científicos, de  los datos consolidados de la ciencia, como la prohibición de figurar el término “género” en los documentos oficiales. Él escucha a quienes defienden que la tierra es plana.
  4. Permitir leyes que puedan convencer al ciudadano común y generar la sensación “ahora soy más libre”, como manejar sin habilitación, reducir los radares, no obligar el uso de asientos para bebes y niños pequeños en los coches, etc.
  5. Privatizar el sistema de seguridad. Mejor que gastar en fuerzas policiales es la ampliación de las penas y posibilitar que cada “ciudadano de bien”  pueda usar armas, y disparar a cualquier sospechoso sin escrúpulos. Al ser preguntado que tenía que declarar ante la masacre de 57 presos en la cárcel de Altamira respondió: “pregunten a las víctimas”.
  6. Desobstruir todo lo que pueda poner dificultades al aumento de lucro de los grandes grupos económicos que lo apoyan. Como el negocio del agro: exoneración  de impuestos;  suspensión de multas, permitir trabajo esclavo, señal verde para invadir tierras indígenas.  Los indígenas son considerados parias improductivos que tienen el despropósito de ocupar el 13 % del  territorio nacional e impedir  que  sean explotadas las riquezas que allí se encuentran, como agua, minerales preciosos, vegetales de interés para las industrias de productos farmacéuticos y cosméticos.
  7. Profundizar la línea divisoria entre los que lo apoyan y los que lo critican. Demonizar la izquierda, los ambientalistas, amenazar con nuevas leyes y decretos que cercenen la libertad de expresión que ataque al gobierno (The Intercep Brasil), generar xenofobia en el sentimiento nacional.
  8. Alineamiento acrítico y vasallaje a la derecha internacional, en especial a Donald  Trump, modificar completamente los principios de independencia y soberanía que hace décadas, regían la diplomacia brasilera.
  9. Naturalizar los efectos catastróficos de la desigualdad social y el desequilibrio ambiental, de manera  de no atacar las causas.
  10. En fin, deslegitimar todos los discursos que no encajan con él. Michel Foucault  en  “Orden del Discurso” (2007), alerta de un sistema de exclusión de discursos: censura; segregación de la locura; voluntad de la verdad.  Por eso en la campaña electoral, Bolsonaro adoptó como aforismo, el versículo bíblico “Conocerás la verdad y la verdad te hará libre” (Juan 8,32). La verdad es él y sus hijos.  Es un  discurso  de quien no admite ser criticado.

En la campaña electoral la empresa BS Studios, de Brasilia, creó un juego electrónico Bolsomito 2K18. En el juego, el jugador que tiene el papel de Bolsonaro, acumula puntos en la medida que asesinaba militantes LGTV, feministas, del MST. La página con instrucciones del juego indicaba “Derrote los males del comunismo y sea héroe para librar la nación de la miseria. Esté preparado para enfrentar los mas diferentes tipos de enemigos que pretenden instaurar una dictadura ideológica criminal en el país”. Ante la reacción contraria la justicia obligo a la empresa a retirar el juego.

Pero el gobierno es real.  Disemina horror y exhacerba el fantasma del comunismo.

*Frei  Betto es escritor, autor del libro “La mosca azul” – reflexión sobre el poder, entre otros libros.

*Edición: Pedro Rivero Nogueira.

*Traducción al español: Antonio Coelho Pereira.

LAS IMÁGENES DE DIOS DE BOLSONARO por Antonio Coelho

La imagen de Dios de Bolsonaro es la del Antiguo Testamento, la convicción del pueblo judío, el Dios Pantocrátor, el Todopoderoso que realizó una alianza con el pueblo de Israel.

Toda la historia de Israel se explica como el camino del Pueblo Elegido, guiado por Dios.

La referencia al poder de Dios lleva consigo dos elementos.

El poder de Dios repercute en el poder de Israel, esto genera un racismo religioso.

El poder de Dios repercute en el poder de Israel, esto genera un complejo de superioridad.

Como consecuencia, la violencia se pone al servicio de Israel. Cuando partimos de la omnipotencia desgraciadamente se saca lo peor y la religión se vuelve muy peligrosa.

Porque Dios no es capaz de ser integrado en ningún sistema de pensamiento, en ninguna religión, en ninguna sociedad ni en ninguna geografía.

Según la imagen del hombre que tenemos, será la imagen de Dios que aceptaremos.

La imagen de Dios de Bolsonaro es la del Libro de Los Reyes, del Libro de Los Jueces, del Dios de los Ejércitos, del Dios que mata a los niños en Egipto, que viola las mujeres, que arrasa con pestes.

Ese no es el Dios de Jesús, el crucificado en la cruz, que era para el Imperio romano el signo donde terminaban los criminales, las personas despreciadas. Ese Jesús desnudo, sin poder que muere en la cruz a consecuencia  de su entrega por los más débiles,  los leprosos,  las prostitutas, que reconoce como personas  a las mujeres,  a los niños, invisibles en la sociedad judía, no tiene nada que ver con la imagen de Dios de  Bolsonaro.

En un pueblo como el brasilero, es terrible una imagen de Dios racista.

SN 394/18

Publicado en  PRENSA ECUMÉNICA – ECUPRES 

ALGO DE LO QUE CAMBIÓ EN BRASIL por Pablo Anzalone

Los resultados de la primera vuelta en Brasil deben hacernos pensar. Las encuestas volvieron a equivocarse y el mejor posicionado es un candidato que no se presenta en los debates. Un candidato sin propuestas económicas ni programáticas sobre ningún tema. Un tipo cuyo discurso es la reivindicación de la dictadura, con la salvedad que se equivocó en torturar y debía haber matado a los presos políticos. Un sujeto con una actitud machista exhacerbada, que propone ametrallar las favelas y promueve un discurso de odio, racismo y misoginia. Lleva más de 25 años como diputado federal y sólo fue conocido cuando dedicó su voto favorable al impeachment contra Dilma al militar que la torturó. El desgaste del sistema político y de las opciones tradicionales determinó que salieran bien parados nuevos candidatos de derecha asociados a Bolsonaro.
En esta elección se produjo un quiebre del modelo de campaña donde la televisión juega un rol fundamental. El candidato con mas minutos de televisión y mayor estructura partidaria, Alkimin del PSDB tuvo el peor desempeño de la historia de su partido. El PMDB y el PSDB tuvieron fracasos electorales contundentes. Aunque castigado el PT pasó a segunda vuelta y tiene la mayor bancada parlamentaria. Otras izquierdas que apoyan a Haddad en la segunda vuelta como el PDT de Ciro Gomes tuvieron buena votación y el PSOL con el liderazgo de Guillerme Boulos duplicó su bancada.
Es la gran elección de los “fake news” divulgada por WhatsApp y por redes sociales, un campo que no tiene ninguna regulación ni responsabilidad. Operó para Bolsonaro el apoyo de los evangélicos, un fenómeno religioso conservador con una influencia cada vez mayor en Brasil y en la región.
Bolsonaro es un energúmeno. Su candidatura es un llamado a la violencia. En el medio de la campaña fue apuñalado. Asesinaron en Bahía a un maestro de capoeira “Moa do Katende” por cuestionar a Bolsonaro y apoyar al PT. La polarización política penetró profundamente en la sociedad brasileña, en las familias, el trabajo, las amistades. Los “bolsominions” (aquellos pequeños seres empeñados en seguir al personaje más malvado de cada momento) se sienten con la libertad de expresar su odio contra los gays, los negros y los pobres. Esa violencia que tuvo su expresión en el asesinato de Marielle Franco puede crecer en este contexto.
Pero la sociedad brasileña no está desmovilizada. La movilización contra la detención de Lula fue una recomposición de su vínculo con los sectores populares. El reciente movimiento “ele nao” de mujeres contra Bolsonaro fueron hitos masivos de rechazo político y cultural al fascismo. Cuarenta millones de brasileños no votaron en la primera vuelta. Haddad encara la segunda vuelta poniendo el énfasis en sus propuestas para los problemas del país. Una apuesta a la racionalidad del debate y a la democracia.

Publicado en Voces 9 de octubre 2018

BRASIL EN LA ENCRUCIJADA por Pablo Anzalone*

El resultado de la primera vuelta en las elecciones brasileñas es un duro golpe a la democracia en ese país. No sólo porque haya quedado en la primera posición un candidato derechista, sino porque Jair Bolsonaro se ha destacado por sus apologías a la dictadura, el asesinato, la tortura, la violencia, la desigualdad contra las mujeres. Falta en Brasil la construcción de una cultura de derechos humanos (DDHH) que rescate la memoria, la verdad y la justicia sobre los crímenes de la dictadura.

Todavía falta el balotaje y algunas semanas de movimientos políticos y campaña. Es cierto que hubo siete millones de votos anulados, tres millones de votos en blanco y casi 30 millones de abstenciones, que el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, obtuvo 31 millones de votos y Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista, más de 12 millones. Pero un tercio del electorado, 46% de los votantes, 49 millones de personas, votaron a Bolsonaro. Estos resultados nos obligan a reflexionar, crítica y autocríticamente. No sólo a los brasileños, sino a todos.

La democracia en Brasil tiene otras heridas graves y recientes, como la destitución de Dilma Rousseff sin razones válidas y con discursos extraordinariamente reaccionarios. O los procesos para impedir que Lula da Silva fuera candidato. Sin pruebas, incumpliendo con las garantías procesales en reiteradas ocasiones, con una evidente intencionalidad política, la Justicia brasileña encarceló al dirigente político más popular del país, a quien las encuestas daban como seguro ganador frente a Bolsonaro. Sérgio Moro y un puñado de jueces le dieron el triunfo a Bolsonaro. Extremaron su ensañamiento, no dejaron que Lula fuera candidato, pero tampoco lo dejaron hablar públicamente y censuraron incluso la posibilidad de que fuera entrevistado. El asesinato de Marielle Franco es un símbolo de la violencia contra los favelados, las feministas, los activistas populares, una violencia creciente –institucional y parainstitucional– que afecta la democracia como un todo.

Pero también hay restricciones a la democracia que han sido estructurales en Brasil, como la enorme concentración del poder mediático, del poder financiero, industrial y agrario, los privilegios de un Poder Judicial elitizado e impune (ningún juez va preso y tienen salarios exorbitantes). Una de las críticas que se les hacen a los gobiernos del PT es la de no haber transformado estas estructuras antidemocráticas, asumiendo que no se trata de transformaciones fáciles. Como señala Emir Sader, cuando el PT asumió el gobierno no tenía condiciones para cambiar todo eso, pero sí cabe cuestionar en qué medida trabajó para generar nuevas correlaciones de fuerzas que lo hicieran posible.

Hasta hace pocos años, todo el poder político usufructuaba de un estatus de privilegio que incluía la impunidad de las prácticas corruptas. Fue el gobierno de Dilma el que cambió esa situación y generó la posibilidad de la investigación y el juicio mediante la operación conocida como Lava Jato. Alcanza recordar el chantaje de Eduardo Cunha para ver lo que esto significó para el sistema político brasileño. Es trágico ver que para impulsar ese cambio no se recurrió a una amplia movilización ética, política y social, comenzando por las filas propias, sino al empoderamiento de algunos estamentos de la Policía Federal y el Poder Judicial, que convirtieron el Lava Jato en una operación política contra el PT, exonerando al propio presidente Michel Temer, a Aécio Neves y a otros connotados políticos de derecha. Una operación que utilizó la delación premiada sin pruebas y la difusión mediática como instrumentos de persecución política, afectando las garantías democráticas.

El apoyo a Bolsonaro es una expresión del poder de los estamentos militares y represivos, de un poder agrario extremadamente reaccionario, de la influencia creciente de iglesias conservadoras, y del peso de los prejuicios racistas y misóginos en la sociedad brasileña. Jesse Souza fundamenta con lucidez que el problema central del Brasil moderno no es la corrupción, sino la esclavitud y sus efectos, el abandono sistemático de las clases humilladas, estigmatizadas y perseguidas, las relaciones de dominación entre clases sociales, la lucha de clases. Brasil ha sido la mayor sociedad esclavista de la historia de la humanidad, dice Souza, y eso tiene efectos sociales y culturales profundos. El sentido de clase de esta ofensiva de la derecha es muy claro cuando se analiza la reforma laboral del gobierno de Temer, la prohibición constitucional de aumentar el presupuesto que se destina a la salud y a la educación públicas o la propuesta de Bolsonaro de vender las empresas estatales.

Es extraordinario que en una sociedad de este tipo hayan podido triunfar Lula y el PT y que hayan gobernado durante más de una década, desarrollando programas sociales que sacaron de la pobreza a 30 millones de brasileños, generando un gran crecimiento económico con redistribución y una política internacional que ubicó a Brasil como una potencia mundial.

Para las izquierdas, asumir el gobierno es una gran palanca de cambios pero también el peligro de estatizarse, de ser cooptadas por un Estado que las distancia de sus bases sociales y les hace perder capacidad de movilización popular. En un sistema político fragmentado, la búsqueda de gobernabilidad llevó al PT a alianzas con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, que luego significaron un altísimo precio político y múltiples traiciones. Uno de los huevos de la serpiente. Cuando la coyuntura internacional empeora, y aumenta el predicamento de las políticas de ajuste, esa ecuación se hace más compleja; la falta de mayores avances culturales, ideológicos y políticos, los problemas sin resolver, los errores, generan coyunturas nuevas, más favorables para la reacción.

En cambio, la derecha tiene enclaves de poder más antiguos y al mismo tiempo que utiliza ampliamente las modernas tecnologías de control, pudiendo incluso llegar a movilizar a grandes sectores, como sucedió en Brasil en 2013. Esa disputa por la capacidad de representar las aspiraciones de cambio de la población es un tema central. Como señalaba Frei Betto en 2016, subestimar los aspectos ideológicos de los cambios ha sido una de las causas principales de los retrocesos de los gobiernos progresistas en América Latina.

La experiencia de la última década latinoamericana no ha sido estudiada en profundidad en sus avances, sus límites y sus errores. La relación entre movimientos sociales, partidos, gobiernos progresistas y Estado es una de las claves para analizar estos procesos. En ese sentido tienen importancia las formas de democratización de la sociedad y el Estado que se produjeron en este período. La “democratización de la democracia”, como señalaba Francisco Panizza, es un nudo crítico. Una democratización mayor, con la conquista de nuevos derechos, el aumento de la transparencia, el fortalecimiento de los actores sociales y culturales del cambio, es una forma de reivindicar la política y expandirla en tiempos de crisis del pensamiento crítico y de amenazas de la ultraderecha.

Las movilizaciones populares ante la detención de Lula y el movimiento “ele não”, protagonizado por las mujeres contra Bolsonaro, son un elemento de esperanza en la difícil coyuntura brasileña. Recomponen un vínculo y construyen una actitud de lucha, de indignación ante la ultraderecha y sus planes violentistas y antipopulares.

*Lic. en Ciencias de la Educación y Mg. en Sociología

Publicado en La Diaria el 11 de octubre de 2018

BRASIL: EL ETERNO PAÍS DEL FUTURO ATRAPADO EN SU PASADO COLONIAL por Jorge Majfur*

Días antes de las elecciones en Brasil, un joven brasileño se me acercó y me dijo: «Dios quiera que gane Bolsonaro. Es un militar y acabará con la corrupción». No quise contestar. Estimo a este muchacho como una persona de bien, tal vez demasiado joven para ser otra cosa. Pero las dos breves frases resumían varios tomos de la historia y del presente latinoamericano.

Para empezar, lo obvio: si en el continente hubo gobiernos y regímenes corruptos, esos fueron los regímenes militares. Primero, porque toda dictadura es corrupta por definición y, segundo, porque los robos directos fueron siempre masivos, sólo que bastaba con denunciarlos para desaparecer o aparecer flotando en algún río con evidencias de tortura. Bastaría con mencionar el más reciente caso de la investigación a la fortuna del general Pinochet, un militar que acumuló varios millones de dólares con su salario de presidente no electo, por no ir a otros detalles como los miles de asesinados y muchos más perseguidos. Por no hablar de esa farsa autoconcedidas, como las condecoraciones, de asumirse la «reserva moral» y «bastion de coraje» de los pueblos por el solo hecho de poseer las armas que ese mismo pueblo financia con su trabajo, para que luego sus propios ejércitos los amenacen con «poner orden», el orden de los cuarteles y de los cementerios. Esa misma cultura de la barbarie de no pocos generales y no pocos soldados y de no pocos carángidos que presumen de machos y de valerosos combatientes pero que nunca ganaron ni fueron a ninguna guerra contra otros ejércitos, y sí se dedicaron a servir a la oligarquía rural y a aterrorizar y amenazar a sus propios pueblos. Con la complicidad, claro, de millones de carángidos, ahora escondidos en su nueva condición de cowangry digitales.

No pocos generales y no pocos soldados que presumen de machos nunca ganaron ninguna guerra contra otros ejércitos, pero se dedicaron amenazar a sus propios pueblos

Esta práctica y mentalidad militar aplicada a la vida civil y doméstica (desviada de todo propósito de ser de un ejército, es decir, la seguridad contra hipotéticos ataques exteriores), como las históricas y brutales desigualdades sociales de proporciones feudales, es una tradición latinoamericana que no nació con la guerra fría sino mucho antes de que nacieran las nuevas repúblicas y se consolidó con la corrupción, el racismo profundo e hipócrita, sobre todo en Brasil (el último país del continente en abolir la esclavitud), donde hasta el candidato a vicepresidente del capitán Bolsonaro, el general Mourão, un hombre mulato, como la mayoría de sus compatriotas, se congratula que su nieto aporte al «branqueamento da raça«. ¿Nunca nadie se ha cruzado con esta especie de ciudadano con un profundo desprecio racial y social por el noventa por ciento de su propia familia? Por no seguir con los mismos problemas históricos en otras regiones que destacan por su brutalidad en el Caribe o en América Central.

RICARDO MORAES / REUTERS- Jair Bolsonaro.

Lo segundo, menos obvio, es la apelación a Dios. De la misma forma que Estados Unidos reemplazó a Gran Bretaña en su consolidación de la verticalidad colonial española, las iglesias protestantes hicieron lo mismo con esas sociedades ultraconservadoras (patrones dueños de todo y silenciosas masas de pobres obedientes), las que habían sido previamente moldeadas por la jerarquía de la iglesia católica. A los protestantes, a los pentecostales y otras sectas les llevó por lo menos un siglo más que al dólar y a los cañones. El fenómeno se inició en los sesenta y setenta, probablemente: esos señores inocentes, presuntamente apolíticos, que iban puerta en puerta hablando de Dios, debían tener una clara traducción política. El paradójico efecto del amor cristiano (aquel amor radical de un rebelde que andaba rodeado de pobres y seres marginales de todo tipo, que no creía en las chances de los ricos en llegar al cielo y no recomendaba tomar la espada sino dar la otra mejilla, que rompió varias leyes bíblicas, como la obligación de matar a las adúlteras a pedradas, que fue ejecutado como un criminal político) terminó derivando en el odio a los gays y a los pobres, en el deseo de arreglarlo todo a los tiros, como es el caso de candidatos medievales como el capitán Jair Messias Bolsonaro, y de muchos otros a lo largo de América Latina. Apoyado por un fuerte y decisivo voto evangélico y por gente en trance regada en sudor y gritos histéricos, dice «hablar en lenguas» y solo habla el idioma inconexo de su propio odio político y su fanatismo ciego en que Dios los prefiere a ellos con una pistola en la mano antes que a alguien que, de forma pacífica, lucha por la justicia, el respeto al diferente y contra el poder arbitrario, como se supone que hacía Jesús.

En medio de la euforia de la década dorada de los gobiernos progresistas, como el de Lula, advertimos dos errores: el optimismo ingenuo y los peligros de la corrupción, que podía tener un efecto dominó. Porque la corrupción no fue una creación de ningún gobierno, sino que es una marca de identidad de la cultura brasileña. No menos en Argentina, por nombrar solo un caso más.

Era la coartada ideal: hacer creer que la corrupción no tenía doscientos años de brutal ejercicio, sino que la habían creado un par de gobiernos populistas de izquierda cinco, diez años atrás

A todo eso, hay que agregar que los tradicionales narradores sociales de la América Latina más rancia y poderosa, encontraron en la Venezuela de Maduro (de la igualmente patética oposición no se habla) el ejemplo y la excusa perfecta para seguir aterrorizando sobre algo con lo cual casi todos los países del continente han convivido desde la colonia: pobreza, crisis económicas, despojo, impunidad, violencia civil y violencia militar. No, el Brasil de Lula, el que sacó a treinta millones de la miseria, el de los súper empresarios, el de «Deus é brasileiro«, el Brasil que se iba a comer el mundo y había pasado el PIB de Inglaterra, no es el ejemplo de la propaganda brasileña… sino Venezuela.

Era la coartada ideal: hacer creer que la corrupción no tenía doscientos años de brutal ejercicio, sino que la habían creado un par de gobiernos populistas de izquierda cinco, diez años atrás. Por el contrario, estos gobiernos fueron una excepción ideológica en un continente profundamente conservador, racista, clasista y sexista. Todo lo que ahora encuentra resonancia con un mundo que abandona los ideales de la Ilustración y se sumerge de forma neurótica en un nuevo Medievo, desde Europa hasta América latina, pasando por Estados Unidos.

Resta por saber si esta reacción medieval de las fuerzas tradicionales en el poder es solo eso, una reacción, o una tendencia de varias generaciones.

Para la segunda vuelta, la coalición contra Bolsonaro ya ha lanzado el lema: «Juntos pelo Brasil do diálogo e do respeito«.

Estamos ante un mundo que abandona los ideales de la Ilustración y se sumerge de forma neurótica en un nuevo Medioevo. Resta por saber si esta reacción medieval es solo eso, una reacción, o una tendencia de varias generaciones

Sólo este lema demuestra que quienes se oponen a Bolsonaro en Brasil, como quienes se oponen a Trump en Estados Unidos, no entienden la mentalidad del cowangry. El cowangry necesita saber que hay alguien más (no él, no ella) que va a devolver las mujeres a la cocina, los gays a sus closets, los negros al trabajo en las plantaciones, los pobres a las industrias y a las iglesias, que alguien va a tirar alguna bomba en alguna favela («muerto el perro, muerta a rabia»), que alguien va a torturar a todos los que piensan diferente, sobre negros pobres, profesores, periodistas y otros con ideas foráneas, todo en nombre de Dios, y de esa forma alguien acabará con todos esos miserables, responsables de sus propias frustraciones personales.

*Escritor y profesor uruguayo estadounidense, autor de La reina de América y Crisis, entre otros libros.

MODERNIZACIÓN Y CLASES SOCIALES EN BRASIL por Pablo Anzalone

En varios de sus trabajos académicos, pero en particular en su último libro, A elite do atraso. Da excravidao a Lava Jato,1 Jessé Souza, uno de los teóricos e investigadores más relevantes de Brasil, se plantea un ambicioso propósito teórico: generar una nueva concepción del Brasil moderno y de sus raíces. Retomando ideas de Gilberto Freyre, Florestan Fernandes y otros autores, criticándolas y reconstruyéndolas, cuestiona duramente la idea de continuidad con Portugal y la corrupción heredada como problema central del Brasil. Ese lugar clave lo ocupa en cambio la esclavitud y sus efectos, el abandono sistemático de las clases humilladas, estigmatizadas y perseguidas, las relaciones de dominación entre clases sociales, la lucha de clases. Polemizando con enfoques economicistas (tanto liberales como marxistas) de las clases sociales, Souza afirma que la dinámica de las clases, sus intereses y luchas son la clave para entender lo más importante que sucede en la sociedad, pero ellas no son meras relaciones económicas ni la única motivación del comportamiento humano es, en última instancia, económica.

Mientras el liberalismo define las clases por la renta de los individuos, el marxismo lo hace por el lugar en la producción. Sin embargo, esos enfoques son limitados, funcionan hasta cierto punto cuando se trata de adultos, pero no cuando nos referimos a adolescentes o niños. En la percepción de las clases y sus luchas, la socialización familiar diferencial es un aspecto clave. Para Souza, en el capitalismo se procura explicar las cosas en base exclusivamente al intercambio de mercancías, al poder y el dinero. Pero esa relación no es verdadera. Por detrás del dinero y el poder opera la jerarquía moral que determina las conductas. Toda dominación necesita de justificación social y política. En un momento fue la iglesia cristiana, que, tomando ideas de Platón sobre la virtud como dominio del espíritu sobre el cuerpo, las matrizó en la sociedad durante siglos. Eso condujo a la idea de que los latinoamericanos (y los brasileños en particular) son seres moralmente inferiores.

Con la modernización capitalista el rol de legitimación de las relaciones fácticas de dominación pasó al “prestigio científico”. Esa nueva jerarquía moral funciona en forma más eficiente aún porque no aparece claramente su origen. Tampoco percibimos la eficacia de las ideas. Toda la dimensión simbólica tiende a ser olvidada en su rol determinante de la acción social. La ciencia moderna se basa en un pre-supuesto, que es falso y racista, pero influye sobre las ideas y los comportamientos. La teoría de la modernización es una especie de “sentido común mundial” que se basa en la imitación acrítica de los modelos europeos y norteamericano, fijando una jerarquía moral entre los países, entre espíritu y cuerpo, entre personas de primera clase y de segunda clase. Esa teoría justifica la pobreza como algo transitorio, atrasos en el camino hacia el destino manifiesto que es la sociedad europea o norteamericana.

Las clases sociales son para Souza un fenómeno sociocultural y no sólo económico. Hay un aprendizaje que determina la pertenencia a una u otra clase, y por lo tanto el éxito o el fracaso social. En el proceso de modernización de Brasil, un elemento fundamental es la creación de una “ralea de nuevos esclavos” como continuidad de la esclavitud. La conformación de esta clase explica de manera significativa la situación social, económica y política brasileña. Las investigaciones empíricas de Souza en 2009 muestran que la situación de la “ralea de nuevos esclavos” no cambió mucho desde la esclavitud. La constitución del “negro” como “enemigo del orden”, la propiedad y la seguridad pública justifica la represión sistematizada por la Policía, que opera como intimidación y control de los sectores más pobres. Estos excluidos de hoy, la “ralea de los nuevos esclavos”, recibieron una pesada herencia de odio y desprecio contra los más débiles; dicha herencia viene de la humillación propia de la esclavitud, ya que no hubo quiebre sino continuidad, a pesar de su abolición formal. Esas clases populares en Brasil no fueron solamente abandonadas a su suerte luego de la abolición de la esclavitud, sino también “humilladas, engañadas, tuvieron su formación familiar conscientemente perjudicada y fueron víctimas de todo tipo de preconcepto, sea en la esclavitud como hoy en día” (Souza, 2017).

A diferencia de lo que postulan las concepciones liberales, la inclusión de sectores sociales postergados no es nunca un resultado “natural” del crecimiento económico y la expansión del mercado. Por el contrario, surge de un proceso político colectivo, un “aprendizaje”. El mercado, por sí solo, tiende a utilizar esa marginación en beneficio de las clases superiores; este no es un estado transitorio sino una herencia que se reproduce de generación en generación.

Sin embargo, el capitalismo se diferencia del orden esclavista porque en este último las posiciones sociales son visibles claramente por el fenotipo y el estatus de origen. En cambio, en el capitalismo las desigualdades son producidas de una forma que no es transparente para las personas.

Para sostener sus privilegios, las clases dominantes deben poseer alguna forma de capital: económico, social (relaciones personales) y cultural. Los tres tipos más importantes de capital operan juntos y esa conjunción determina la posición relativa de poder y prestigio de las distintas clases. No obstante, por debajo de la élite económica la lucha mayor es por el acceso al capital cultural. Mientras el capital económico se concentra cada vez más y se transmite por herencia, el capital cultural, entendido como posesión de conocimiento útil y reconocido, es el único que el capitalismo se planteó democratizar, aunque en grados muy desiguales. Además de la contienda por los distintos capitales mencionados, la lucha de clases incluye y requiere una justificación de los privilegios, y en ese sentido es también una lucha por las interpretaciones y legitimaciones de las posiciones de clase.

Las clases son mecanismos de reproducción de privilegios. La élite está en la cima y domina a la clase media por las ideas. Los medios de comunicación juegan un rol importante en esa construcción, pero la prensa distribuye las ideas, no las crea. Quienes las crean son los intelectuales, sustitutos modernos de los profetas religiosos. Por esos motivos la élite crea la Universidad del Estado de San Pablo (USP) y luego más universidades. Se forja una ideología dominante en Brasil en los años 20 y 30 que tiene su punto de apoyo inicial en la obra de Gilberto Freyre, luego en Sérgio Buarque y más adelante en otros teóricos. Se generan un conjunto de instituciones de enorme influencia en la sociedad.

Brasil es la mayor sociedad esclavista de la historia de la humanidad. Sin embargo, las concepciones dominantes consideran el esclavismo como un aspecto secundario y ponen el acento en la herencia de Portugal y en la corrupción de la política. Esas concepciones hegemónicas son las teorías del culturalismo que se van a presentar como si fueran una ruptura con el racismo, con la idea de que el stock cultural sustituye al racismo. La concepción hegemónica es culturalista y racista. Distorsiona el conflicto de clases colocando en su lugar una contradicción falsa entre Estado patrimonial corrupto y mercado virtuoso. Orienta así el pensamiento sobre los problemas brasileños desde las ideas claves de patrimonialismo y populismo, dos invenciones que son funcionales a la alianza antipopular en Brasil desde 1930. Construyen la oposición binaria moderno/tradicional, que se vincula a la dualidad espíritu/cuerpo. Todas las relaciones actuales están marcadas por la relación del espíritu y el cuerpo. Incluso la relación de hombre y mujer, asignando al hombre el carácter racional y a la mujer lo afectivo. Las clases superiores se dedican a trabajar con el espíritu y las clases subalternas al trabajo manual.

La generalización del racismo culturalista norteamericano y de la teoría de la modernización fue una política de Estado desde el presidente Truman en la posguerra, que invirtió mucho dinero para convertirla en un paradigma universal; muchos trabajos académicos fueron financiados para convencer de que Estados Unidos era el modelo universal y los demás países simplemente avances incompletos hacia él.

Souza reivindica que sólo un pensamiento totalizador puede dar sentido a estos procesos y respuesta convincente a las tres grandes cuestiones que desafían a individuos y sociedades: ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿para dónde vamos? Sérgio Buarque construye una narrativa totalizadora del Brasil y de su historia que no deja lagunas, produciendo una legitimación completa para la dominación oligárquica y antipopular con la apariencia de estar haciendo crítica social. Mientras estas ideas conciben la corrupción dentro del Estado y la política, omiten y ocultan la verdadera corrupción, legitimada e invisibilizada, que consiste en traspasar las empresas estatales y las riquezas del país a capitales extranjeros y nacionales. Ese es el sentido último de la Operación Lava Jato.

Para Souza, períodos de crisis como el que vive Brasil hoy son una oportunidad única, porque en las crisis la legitimación pierde su “naturalidad” y es susceptible de ser deconstruida.

Sin embargo, la crítica no basta sin la elaboración de una nueva concepción global que sea mejor que el paradigma anterior. Para eso define tres ejes conceptuales: a) tomar la experiencia de la esclavitud como elemento explicativo central de la sociedad brasileña en lugar de la continuidad con Portugal y su patrimonialismo. La sociabilidad que surge de la esclavitud es excluyente y perversa. Continúa porque no fue comprendida y criticada a fondo. b) Un segundo eje es la percepción de que el patrón histórico de las luchas políticas del Brasil moderno puede ser analizado en función de la lucha de clases y por las alianzas y preconceptos que esta lucha genera, más que por cualquier otro factor explicativo, con la salvedad de que no deben concebirse las clases de un modo economicista sino como construcciones socioculturales donde la socialización familiar juega un rol fundamental. c) El tercer eje es la necesidad de un diagnóstico más profundo del momento actual, que demuestren la eficacia de esta nueva concepción frente al paradigma “racista culturalista”.

Es un enfoque innovador y polémico, que enriquece el análisis de los procesos recientes en Brasil desde una mirada que recoloca la importancia de los aspectos simbólicos en la lucha política y social. La capacidad de la élite de hegemonizar a la clase media y movilizarla contra el Partido de los Trabajadores, y los errores de este para fortalecer una alianza entre la clase trabajadora y la ralea, aparecen como dos conceptos fuertes en la coyuntura brasileña, tanto pasada como futura.

Publicado en La Diaria el 30 de mayo de 2018 |

BRASIL: EL ASESINATO EN LA RUTA DEL GOLPE por Ruben Montedónico

A inicios del año compartía opiniones sobre el acontecer de Brasil leyendo algunos escritos. Varios de ellos señalaban las principales dolencias sociales del país y concluían que el Estado estaba en fase terminal, con el Poder Judicial politizado, que no impartía justicia; se percibían formas corporativistas de avances y apropiaciones de los recursos públicos, todo ello dando inicio a un proceso electoral general en el que la oposición al régimen de excepción -fueran sus candidatos populistas o no- tenían buenas oportunidades de triunfo. Así lo pensaba y trasmitía -por ejemplo- Paulo Roberto Paixão Bretas en su opinión de proyección acerca del 2018.

Al propio tiempo, otros analistas de la región recordaban que habían pasado casi cuatro años desde que de manera sostenida se venía operando una restauración conservadora, refiriéndose a la agudización de los ataques contra el chavismo y la vía emprendida en Venezuela, la propia situación brasileña con la politización del Poder Judicial y su papel selectivo sobre los hechos de corrupción conocidos como “lava jato”, y el cambio en el gobierno argentino con el ascenso de un oligarca a la presidencia. Sus opiniones se fundaban en las presencias de Michel Temer, Mauricio Macri y la reciente de Sebastián Piñera -por segunda ocasión- en Chile. Por supuesto, este regreso a los gobiernos con personeros de la derecha y sus partidos estaba acompañado no sólo del visto bueno sino del definitivo apoyo de Washington, apostando que el respaldo estadunidense se sostendría en el gobierno de Donald Trump, que advirtió su oposición a todo trato con potencias que intentaban ensanchar y saciar sus apetencias en América Latina, como los casos de Rusia y China.

Sin embargo, en medio de las protestas por la intervención militar decidida por Michel Temer en Río de Janeiro, el asesinato de la legisladora de ese estado, Marielle Franco- junto con su chofer- cimbraron al país. Las movilizaciones populares de condena a este acto ganaron las calles y también los espacios de la comunicación de nuevo tipo que en ciertos casos funcionan rápidamente, con fuerza impulsora desde las redes sociales.

La vida de Marielle Franco (de 38 años) contada por Eric Nepomuceno era intachable: iniciaba su primer mandato político esta negra carioca, nacida y criada en una favela, madre a los 18 años, lesbiana, con una licenciatura en ciencias sociales y un doctorado en administración pública, de acción destacada en poco más de un año en el Congreso de su estado denunciando las actuaciones ultrajantes y violentas de la policía militar contra sus pares. Este crimen expuso la desidia y la absoluta indefensión en que vive la gran mayoría de la población marginada. La mayor parte de las sospechas sobre la ejecutoria del asesinato recayeron de inmediato sobre la policía militar. Otra teoría indica la posibilidad de que pueda ser un sujeto de las “milicias” en que participan otras policías, ex policías y aún bomberos: en el pasado enfrentaron a bandas de narcotraficantes; ahora les venden protección e impunidad. Nepomuceno cae en la cuenta de que Marielle fue “víctima de la misma violencia que denunció. Formaba parte de una sociedad amenazada y enferma, atendida por médicos ineptos e inconsecuentes.”

Ante la muerte de Franco -del Partido Socialismo y Libertad (PSOL)- y con la participación de Chico Buarque, frente a la Asamblea Legislativa del Estado de Río de Janeiro, la multitud estalló en gritos de “Fuera Temer”. Por su lado, Nalu Faria, dirigente feminista, ante la pregunta de cuál era la responsabilidad que le cabe al régimen de Michel Temer, respondió: “Lo que los movimientos y la gente en general están diciendo de este asesinato es que fue consecuencia de la intervención militar de Río y, por lo tanto, un resultado del golpe. En el gobierno de Temer, desgraciadamente, se ha incrementado demasiado la violencia y la represión de la policía así como la criminalización de la lucha y la protesta. En este contexto, la gente de izquierda, Marielle en particular como militante del PSOL -de fuerte papel opositor- y muy comprometida con las luchas, se convirtió en blanco de estas persecuciones”.

En mayo de 2017, la ONU examinó las políticas públicas de Brasil acerca de los derechos humanos y criticó las reformas implementadas, advirtiendo que el congelamiento de los gastos del rubro era “incompatible” con los compromisos adquiridos internacionalmente por el país.

Más allá de señalar posibles autores materiales del crimen, también en Brasilia el entorno de Temer y éste mismo sintieron las repercusiones políticas del hecho que apuntan al régimen como coautor intelectual e impulsor de la situación que vive el país. Algo de lo que intuía Celso Furtado en los 90 se está viviendo por este tiempo: las políticas de conciliación de clases puestas en práctica por los sectores dominantes de la burguesía -que posibilitarían la extranjerización de “commodities” y tecnología nacionales- se sitúan a contracorriente y se ven cuestionadas en la práctica por demandas de las mayorías.

Asimismo, con dicha percepción del primer momento se quedaron aquellos que depusieron a Dilma Rousseff al sentirse y saberse apoyados desde el Departamento de Estado y la propia Casa Blanca: para eso está la Cuarta Flota estadunidense, disuelta en 1950 y que reapareció en la última década del siglo XX y su arsenal es capaz de destruir a cualquier oponente continental. En el caso brasileño vigilan el área marítima continental y en particular están destinados a defender los intereses estadunidenses del denominado pré-sal (aguas profundas), en los que se ubican bolsones de hidrocarburos que espera le sean concesionados. Algo de explotación similar a lo ocurrido con la empresa aérea de vehículos de mediano porte -básicamente- Embraer, que cedió el 51% de su paquete de acciones a Boeing. Aquella percepción los llevó a pensar que poseen un poder ilimitado -incluido el electoral- y se sienten capaces de continuar con un gobierno legitimado en el porvenir inmediato en las urnas, aunque para eso precisan “descarrilar” a Lula y ponerse de acuerdo sobre un candidato que los represente y tenga alguna chance de triunfar.

Es entonces que los números no les cierran: en un país de alrededor de 205 millones de habitantes, más de 40 millones de trabajadores carecen de salarios suficientes para sufragar la vida familiar; el desempleo alcanza a 13 millones; se incrementó la cantidad de puestos precarios; regresó el hambre de muchos y aumentó la violencia a la par de los incumplimientos sociales. El cuadro que se compuso fue el de un ataque sistémico del capital contra el trabajo.

Por otra parte, en un escenario internacional pleno de acontecimientos diversos que atraen miradas de todos, damos unas líneas -por el peso específico del país- a los comicios rusos: como se preveía sin necesidad del escrutinio, Vladimir Putin se quedará otro rato -de seis años- en la presidencia de acuerdo con cerca del 77% por ciento de los votantes, que le destinaron algo así como el 12% a un millonario representante de los comunistas, en un día que concurrieron algo menos de 70% de los electores.

De las declaraciones del reelecto se puede rescatar su señalamiento de que «Las relaciones entre Estados Unidos y América Latina son relaciones complicadas basadas a menudo en cierta presión de carácter político y económico, pero espero que la actual administración tenga la posibilidad –y esta posibilidad sea una realidad– de construir las relaciones del siglo XXI con base en la igualdad y respeto de los intereses mutuos».

Por ahí también lanzó una frase pedante dedicada a sus seguidores pero destinada al mundo -según interpreto-, algo parecido a “Urbi et orbi”: “Estamos destinados al éxito”.

A %d blogueros les gusta esto: