SALUD MENTAL Y COVID 19 por Gustavo Mora

La incertidumbre -“falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, especialmente cuando crea inquietud –es la vivencia predominante en todos los países del planeta invadidos por el Covid 19. Cursan todos diferentes etapas del ciclo completo de la pandemia de la cual no se conoce demasiado cuánto durará, si se podrá repetir o replicar, en cada uno de esos países, – dada su alta contagiosidad y la carencia de información del virus en sí y de si es posible la generación de anticuerpos y la durabilidad de éstos-. Además, ¿será factible la creación de vacunas? ¿Cuál será su costo? ¿Serán accesibles universalmente?
Todo esto acerca del Covid 19 pero, además quedan las preguntas sin respuesta por ahora, acerca de las consecuencias en vidas, las consecuencias sociales, las económicas. Por lo pronto, proyectándonos a futuro no tan lejano, es licito preguntarse ¿qué repercusiones veremos en las economías? – que sin dudas serán malas, pues ¿cuánto de malas? Otras preguntas que nos hacemos, a nivel planetario y a nivel nacional concretamente, ¿cuál será el panorama en cuanto a mercados de productos y servicios, en cuanto a la subsistencia de empresas, grandes o chicas, en cuanto a retención de fuentes de trabajo, o porcentaje de desocupación, cuál será la fortaleza de los productos primarios – los que llegarían en mejores condiciones en estos momentos, aunque dependerán de la recuperación plena de los mercados -.

Como vemos, muchas preguntas y muchas incertidumbres, esas son las expectativas para los epidemiólogos, los analistas sociales, los politólogos, los economistas.

Seguramente no hemos sido muy originales hablando de las características de la crisis que estamos afrontando, dado que está en las noticias y en el imaginario colectivo en carne viva. Más nos sirve de preámbulo para centrar la mirada en aspectos que nos parecen relevantes para la ciudadanía en concreto: las repercusiones importantes en el área de la Salud Mental. Es conocido que desde el año 2017, luego de un arduo y trabajoso proceso, halló la luz, la Ley de Salud Mental. Una ley inclusiva, abarcativa, integradora, innovadora y que por primera vez habla de la Salud de la población toda además de la de los habituales usuarios de los Servicios. Lo hace desde una concepción irrenunciable, desde los DDHH.

Es una ley que pone en el centro al paciente, con él la exaltación del respeto del Consentimiento Informado – asunto muy relevante y postergado – de los usuarios o sus familiares referentes y, en diversos aspectos, apunta a la humanización, a la inclusión, al reconocimiento ciudadano y pleno de los pacientes. Por otra parte se apunta a incluir las áreas asistenciales de la Salud Mental en las áreas físicas y conceptuales de Atención Primaria, en conjunción con el resto de la Salud, con la territorialización de las acciones, y un relevante rol de la Sociedad Civil y de los familiares organizados, para desarrollar acciones que borren la estigmatización y apunten a la inclusión familiar, laboral, a la socialización, con todos los beneficios que conlleva, contrario o en las antípodas de la histórica reclusión sostenida. Y, al fin, se comienza a definir y acordar el cierre definitivo de los Hospitales Psiquiátricos, “los Manicomios” presentando alternativas variadas y posibles, residencias, talleres, espacios educativos.

No obstante, más allá de avances en el protagonismo, en redes, de la sociedad organizada, asociación de familiares, de técnicos, sensibilizados y dispuestos a avanzar en pro de mejorar la asistencia y consolidar la implementación de la ley, estamos en el punto de partida, queda mucho para hacer.

Enmarcado en esta falta de consolidación de la preocupación por la salud mental, siempre dando preeminencia a los males orgánicos, hoy, aparecen las carencias de atención al vasto asunto de las patologías “de la mente” provocados por la crisis.

Sabido es que estos sucesos provocados por el fenómeno Covid 19, llevan a los ciudadanos concretos a innumerables situaciones de tensión o de estrés. “El estrés es un proceso natural que responde a nuestra necesidad de adaptarnos al entorno; pero resulta perjudicial si es muy intenso o se prolonga en el tiempo”

(*) “Los síntomas de estrés pueden manifestarse tanto a nivel psicológico como físico, estos son los más frecuentes: depresión y riesgo suicida o ansiedad, irritabilidad, miedo, nerviosismo, confusión, fluctuaciones del estado de ánimo, excesivo temor al fracaso, excesiva autocrítica, olvidos, dificultad para concentrarse y tomar decisiones, pensamientos repetitivos, trato brusco hacia los demás, incremento del consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, aumento o disminución del apetito, llantos, insomnio, rechinar los dientes o apretar las mandíbulas, tensión muscular, manos frías o sudorosas, insomnio, perturbaciones en el sueño, dolores de cabeza, fatiga, problemas de espalda o cuello, indigestión, respiración agitada, , sarpullidos, disfunción sexual, etcétera. (*)

Hoy por hoy, todos estos numerosos síntomas, determinarían la necesidad de disponer de atención específica, que justamente, no ha sido encarada a cabalidad por los Servicios, las Instituciones o el Estado, por la preeminencia, -razonable – del direccionamiento del accionar al control y resolución de la enfermedad infecciosa por Coronavirus, pero, se termina olvidando, exactamente, la atención de las repercusiones importantes expresadas en estos trastornos de Salud Mental, resuelta solo parcialmente, por teléfonos solidarios, que han sido difundidos, desde ASSE, desde la Facultad de Psicología, u otros y, el accionar comunitario en Redes, que ha cumplido en éste y otros temas referidos a la pandemia y la crisis, un rol relevante como elemento cohesionador y generador de ciudadanía.

No obstante las carencias desde el punto de vista asistencial, en el transcurso de la cuarentena para la mayoría de la población, se han desarrollado en las redes, muy activas, ayudas, ejercicios, clases, por parte de instituciones o personas o profesores solidarios – para poner los pies sobre la tierra – con diversas rutinas de ejercicios físicos, técnicas de relajación, yoga, o meditación, no debemos olvidar las simples rutinas de caminatas, aún en espacios reducidos (recuerdo inevitablemente a los presos con rutinas de marcha en espacios de 3 x 2) en casas o apartamentos. Por otra parte, para los niños, los adultos somos fundamentales y, deberíamos integrarnos, formar parte, de los “deberes” que reciben desde los centros educativos, deberíamos compartir lecturas, juegos, con lo que contribuiremos y mucho a la salud y el acompañamiento de los niños, con el beneficio mutuo del tiempo compartido que muchas veces nos falta.

Y, para el final, la comunicación, la que permiten hoy por hoy la telefonía, la informática. Diríamos: comunicarnos- comunicarse, en redes o persona a persona, para ayudar-acompañar y viceversa, escuchar y ser escuchados, cosa que nos hará muy bien a unos y a otros, el estar presentes con quien apreciemos. Además, leer, leer, pintar paredes, muebles, arreglar cosas, jardinería, aguzar el ingenio, siempre aguzar el ingenio.

(*)1 – Medniplus Enciclopedia Médica/2 -publicación de MayoClínic

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