Un pasado con inocultables enseñanzas
El internacionalismo ha sido en la historia de la izquierda una constante en su matriz de pensamiento. Ello tiene sus orígenes en las experiencias de las internacionales en los orígenes mismos del socialismo científico en tiempos del propio Marx y Engels. El razonamiento de este posicionamiento tiene que ver con la necesidad de una lucha contra el capitalismo en todos los lugares en donde se manifieste. Por su pare en la medida que se trata de un sistema estructurado las formas de enfrentarlo se supone deben de tener una misma matriz de actuación.
Ello funcionó con altibajos hasta la Revolución Rusa, que trajo aparejada una de las primeras grandes divisiones en la izquierda: el movimiento comunista internacional por un lado, y la socialdemocracia por otro. De ahí en más la historia de la izquierda en el siglo XX fue de enfrentamientos y divisiones entre distintas concepciones en la interpretación de los procesos políticos y las respuestas correspondientes.
Comunistas pro soviéticos, trotskistas, maoístas, seguidores de Tito, cubanistas, guevaristas, etc, etc. Una historia en la que la división fue una constante producto del sectarismo político e ideológico. Importantes episodios de la historia de las luchas populares fueron objeto de interpretaciones diferentes y con las consiguientes divisiones políticas. Piénsese por un momento los ríos de tinta y los virulentos debates ( en ocasiones acompañados de acciones violentas) que despertaron acontecimientos como los siguientes: la Revolución Rusa, la Revolución Española, el ascenso del nazismo y el fascismo, la Revolución Cubana, la lucha armada, la experiencia de la Unidad Popular en Chile, la Revolución China, entre otros.
Una de las mayores y más trágicas ironías fue que a nivel de los procesos nacionales, estos debates en la mayoría de los casos condujeron a la división de la izquierda y de las fuerzas populares en general.
A más de un siglo de esta historia cabe preguntarse ¿ es necesario acordar acerca de la caracterización de procesos políticos de otros países para encarar la acumulación política en el propio país? ¿ el internacionalismo requiere de plena identificación con los regímenes en cuestión?
En la actualidad y desde la perspectiva latinoamericana ha sido una constante la intervención norteamericana en todos aquellos procesos políticos en los que se avizora las más mínima posibilidad de alteración del orden político capitalista dependiente. ¿ Ello debe llegar a concluir que cualquier confrontación es expresión de una manipulación de los servicios norteamericanos? Todo indica que no. Es evidente que allí van a estar y tratarán de capitalizar todo lo que ocurra pero no son necesariamente las fuerzas motrices.
La reciente experiencia de las denominadas primaveras árabes es un excelente ejemplo. Regímenes como los de Libia, Irac, Siria, Tunez o Egipto, teniendo muchas veces un discurso nacionalista o socializante, realmente eran regímenes despóticos, atravesados por la corrupción y el nepotismo de las castas gobernantes.
La protesta popular que se desencadena manejaba sobradas razones para cuestionar y luchar contra esos gobiernos. Intereses claramente imperialistas condujeron a que todas la potencias occidentales intervinieran a favor de las revueltas populares con el claro propósito de recuperar y acceder a recursos naturales o posiciones geográficas estratégicas. El resultado es conocido: destrucción, cientos de miles de víctimas, millones de refugiados, países casi totalmente destruídos, entre otras consecuencias nefastas.
Retrospectivamente ¿esto hubiera ameritado a cuestionar las legítimas protestas populares contra los regímenes en el poder y ofrecer el apoyo político y moral a los gobiernos de turno?
Parece de elemental sentido común que la deriva asumida por la movilización popular encuentra su causa en la inexistencia de una dirección política progresista en esos movimientos que supiera conjugar la lucha democrática con la construcción de una sociedad más justa.
Un poco más atrás en el tiempo se puede observar el caso de los acontecimientos en Hungría en 1956 y en la antigua Checoeslovaquia en 1968. En ambos casos hubo una generalizada protesta popular con un programa de transformaciones democráticas en una perspectiva socialista. Las dos experiencias fueron cruelmente reprimidas por la fuerzas de ocupación soviéticas . Décadas después, la implosión de la URSS habilitó procesos de democratización en esos países los que se caracterizaron por una adhesión incondicional al sistema capitalista, y en la actualidad son gobiernos de ultra derecha.
¿ El hecho de que tanto la revuelta húngara como la checoeslovaca tuvieran en su momento el caluroso apoyo de EEUU y todas las potencias occidentales justificaba apoyar una intervención y la brutal represión desplegada?
Pareciera que estas son las cosas que hay que desterrar de las matrices de razonar de la izquierda.
Los puntos cardinales de la brújula política
Más firmes que nunca en la crítica al capitalismo y en una permanente búsqueda de cómo ir superándolo surge como encuadre necesario del análisis de los distintos procesos políticos objeto de controversia internacional, el principio de autodeterminación de los pueblos. Cada sociedad nacional tiene el derecho de resolver su propio destino, y en principio no corresponde intervención alguna.
En segundo lugar, el respeto por las instituciones democráticas y los derechos humanos en todas sus expresiones corresponden ser defendidos por la comunidad internacional , su vigencia es innegociable. Son las formas de cómo hacer saber esos cuestionamientos y cómo han de expresarse los que indicarán cada situación en particular.
La realidad actual de Nicaragua y Venezuela plantean estos aspectos de forma contundente. En ambos países hay represión violenta, muy débiles derechos vigentes, desigualdades sociales crecientes, corrupción y nepotismo, persecución política, violencia represiva, entre otras cosas. Asimismo un divorcio creciente entre el discurso socializante y nacionalista que tuvo cierta validez en el origen de estos procesos , y la realidad actual.
De lo anterior se desprende en primer lugar que la postura más coherente es la defensa de la autodeterminación en esas sociedades, señalando en simultánea la crítica a la violación de los derechos humanos que allí se realiza.
Pero la segunda y más importante a nuestro modo de ver lección que hay que tener en cuenta es que se trata de asuntos que no deben incidir en la acumulación política propia. A favor o en contra de unos y otros, es válido que pueda dar lugar a un debate pero nunca a acciones definitorias en el campo de la unidad política.
La unidad en sí misma no es un valor absoluto. Su sentido es la necesaria construcción colectiva que los sectores populares emprenden para lo cual necesitan acumular la fuerza necesaria que permita avanzar en las transformaciones. Resulta incoherente resquebrajar esa unidad por lo que ocurre a unos miles de kilómetros de distancia.
Finalmente, viene a cuenta una reflexión para la evaluación de esas y otras experiencias similares. Un relevante descubrimiento de la izquierda en particular a fines del siglo XX y en Uruguay, ha sido la importancia trascendental de la democracia como forma del contrato social, y la vigencia de los derechos humanos en todas sus manifestaciones.
Instituciones que la Humanidad empezó a reconocerlas en el siglo XVIII , lejos de ser el mero ropaje del sistema capitalista, constituyen la mejor forma de dignificar la condición humana y hacer posible una convivencia de iguales.
Por lo tanto son una condición necesaria aunque no suficiente para la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Junto a lo anterior, es también condición necesaria del avance y efectivización de un proyecto de cambios una ética incuestionable en el manejo de los recursos públicos y en la gestión en general. La democracia y los derechos, y la ética son componentes esenciales e inclaudicables.
Lamentablemente en las experiencias de los gobiernos progresistas en Latinoamérica el ejercicio de la democracia y una ética irreprochable en la gestión, no han sido una constante. He ahí la razón de los fracasos (además de todas las otras intervenciones e injerencias de las derechas nacionales y sus mandantes norteamericanos)
Se trata por lo tanto de aprender de estos fracasos para evitar su réplica en nuestro proceso. Ello no debe significar dejar de considerar y valorar una gran cantidad de aciertos que los gobiernos progresistas tuvieron en su gestión. Por lo tanto el camino no es el enbanderamiento acrítico , ni la condena que promueve la derecha. Señalar los errores y los aciertos hace posible que el discurso propio de los cambios sea más creíble y goce de legitimidad.
La construcción de una dirección política y moral de la sociedad supone no perder de vista nunca el propósito de la transformación . El común de la gente aspira comprender desde su propia experiencia histórica los caminos del cambio social y para que ello ocurra es indispensable ser claros y coherentes en la perspectiva del análisis y la valoración.
Julio de 2018