HABLANDO DE HOMBRES por Daniel Parada

Artículo publicado en La Diaria 19 de enero 2022

Se define “femicidio” como la muerte violenta de las mujeres por razones de género. Según el Ministerio del Interior, en los primeros diez meses de 2021 hubo 21 femicidios, 90,5% de ellos cometido por hombres vinculados con la víctima: pareja, expareja u otro vínculo afectivo. Uruguay ocupa a nivel regional el segundo lugar en femicidios cada 100.000 habitantes, después de República Dominicana. Cada ocho días, en nuestro país muere una mujer por femicidio.

Estos datos los aportamos a modo de ejemplo ilustrativo y para evitar simples comentarios como “también matan a hombres” o “hay mujeres y mujeres”, o cualquier tentativa de justificar este comportamiento masculino. Las cifras hablan solas, por su gravedad.

¿De qué son víctimas las mujeres? Sin dudas que del estado patriarcal, y es más peligrosa su casa que la calle, si hablamos de salud desde el punto de vista biopsicosocial. Este estado patriarcal, que funciona desde las cavernas, llega al día de hoy teniendo la misma mano ejecutora: el hombre. Muchas veces se ha dicho que el hombre es el lobo del hombre en la sociedad capitalista, pero en el estado patriarcal es el lobo de la mujer.

Los hombres nos arrogamos muchos derechos con base en un concepto machista de los vínculos mujer-hombre y los justificamos: por ejemplo, el derecho a decirle cualquier cosa en la calle a una mujer, de cualquier tenor. ¿Quién nos da la potestad de abordarlas impunemente, a nuestro antojo? Esa actitud es de por sí una agresión.

En ese machismo llegamos a justificar lo injustificable, de tal forma que, si otro hombre se emborracha en una fiesta y le dice improperios a una mujer, lo excusan porque “está borracho, no sabe lo que dice”, cuando en realidad el alcohol juega un efecto liberador y dicen lo que realmente piensan. Nadie le dice “hazte responsable, ándate para tu casa y no sigas agrediendo, pídele disculpas, no tomes más si no te manejas”, y de esa forma avalamos un hecho de violencia de género, lo naturalizamos de tal forma que no vemos la gravedad de la violencia que lleva implícita la situación. Ese mismo hombre, en otra circunstancia, estando borracho, termina apuñalando a su pareja, y volvemos a repetir “estaba borracho” y así seguimos justificando la masculinidad hegemónica.

Entonces es claro que la sociedad patriarcal presiona tanto sobre hombres como sobre mujeres, y los valores de masculinidad que construye se toman como identificación de género: fumar, tomar, la mujer objeto, la posesión de la mujer, el acoso, el abuso sexual y otras.

Hecha esta disquisición, no voy a hacer ningún alegato defendiendo a los hombres. Simplemente, a lo largo de esta columna quiero mostrar la posibilidad de que los hombres reflexionemos sobre nuestros valores, acciones y comportamiento. Deberíamos tener espacios colectivos donde dialogar e intercambiar sobre estas cuestiones.

Soy un viejo militante de izquierda porque comencé joven en esto de la militancia, y porque soy viejo de edad. Nuestra principal preocupación en aquellos años fermentales era el hombre nuevo, la sociedad nueva, la revolución, el socialismo, el antiimperialismo. Nos criamos bajo la influencia del Che, de Fidel, de la Cuba revolucionaria. Corea y Vietnam expulsando a los yanquis. Discutíamos el pensamiento de Mao, leíamos a Hackneker, a Marx, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y a Gramsci. Crecimos culturalmente con los Beatles, Antonio Machado, Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat, Daniel Viglietti, Los Olimareños, Eduardo Darnauchans y muchos otros. Pero sobre la situación social de la mujer, en lo que más que avanzamos fue en llamarlas “compañeras”; en la construcción del hombre nuevo no entró deconstruir el machismo y construir la nueva masculinidad, ni la visión de género. Ni pensábamos que junto a la sociedad capitalista debíamos terminar con el flagelo del patriarcado.

Parecía que ese término lo cambiaba todo, pero en los hechos todo estaba igual. El hombre proveedor, la mujer en el hogar. Si los dos pretendían militar, la mujer a la casa y el hombre a militar, los cargos de mayor jerarquía para los hombres y sí, es verdad, “el techo de cristal” existe desde entonces.

Desde pequeños fuimos criados con una orientación sexual definida: en toda familia existía un tío gordo y pelado, el cómico de la familia, que a veces llevaba el título de padrino, que te decía desde que estabas en la cuna, “a los 14 te llevó a un buen quilombo a debutar, porque eso que tenés ahí debés usarlo mucho”. La sociedad te exigía ser un buen padrillo, si no eras un fracaso como hombre, mientras que a la mujer se le exigía la virginidad, “una virtud para entregar después de la iglesia”. Aquella mujer que tenía muchas parejas sexuales era una puta, porque el hombre era el que debía tener experiencia para enseñarle a su mujer. Entiéndase bien, “su” mujer.

Este cambio no es sencillo y los hombres nos sentimos amenazados por la pérdida del control sobre la mujer y la sociedad.
En los ambientes sociales, desde niños, adolescentes y llegando a hombres, estos fenómenos se reproducían permanentemente, y no sólo se veía en el fondo a la mujer como un objeto de nuestra posesión, sino que además debía cumplir con ciertos cánones impulsados por la sociedad judeocristiana, en la que un dios odiosamente culpabilizador imponía sus reglas a través de la Iglesia o la sinagoga.

Sé que muchos dirán: “¡Pero eso fue hace 200 años!”. Yo digo que no, los que nacimos en 1954 fuimos influenciados por esa cultura, y algunas generaciones más recientes también.

El peor insulto que le podías decir a un hombre era “maricón”, “mujercita” o “hijo de puta”. En suma, homofóbicos y misóginos.

Quiero de esta forma mostrar nuestro punto de partida.

La deconstrucción de nuestra masculinidad y la construcción de la nueva necesita la ayuda de todos y todas o todes, pero somos nosotros los que debemos asumir nuestra cuota de responsabilidad y que la situación es de mucho riesgo para la mujer.

Primero debemos asumirlo, entender que debemos cambiar y romper la sociedad patriarcal. La sociedad machista es parte de la base del sustento ideológico del capitalismo, y sustituyendo el capitalismo solo no rompemos la sociedad patriarcal. Y esta, si no la combatimos, pudrirá el nuevo modelo social.

No va a ser fácil entender que no es más rosado para niñas y azul para varones, que los varones pueden jugar con muñecas y las niñas con pelotas, que se acabaron los juegos por sexo, que los géneros son varios; realmente es pensar con una nueva cabeza.

Bienvenido el cambio, cuando este es para ser más tolerantes y comprensivos, para buscar la igualdad de género, para romper el techo de cristal. Este cambio no es sencillo y los hombres nos sentimos amenazados por la pérdida del control sobre la mujer y la sociedad.

A lo largo de la historia, la mujer fue salvajemente agredida por el hombre, física y psicológicamente, fue tratada como origen del pecado, de bruja, prostituta, etcétera, con castigos que iban desde el escarnio público hasta la tortura y la muerte.

Es lógico su sentir y reivindicar lo que es justo. Nos sentimos amenazados, y aunque muchos de nosotros lo entendemos y lo intentamos, nos cuesta lograr la amplitud del cambio necesario en nuestras conciencias. Apostar a la cabeza de las nuevas generaciones de mujeres y hombres es la salida.

Nosotros, nuestras generaciones, debemos repensarnos, y me refiero con esto a la construcción de una nueva masculinidad, al nuevo ser y al nuevo deber ser. Contribuir lo más posible a construir la equidad de género para lograr la igualdad.

IGUALDAD, IGUALDAD Y MÁS IGUALDAD por Adriana Cabrera Esteve

Luego de que la recolección de firmas nos levantara el ánimo, no sólo por los resultados, sino también por ver a las representantes de la Intersocial Feminista compartir las vocerías con los principales dirigentes de las organizaciones sociales y políticas del país y a cientos de mujeres de todas las edades organizando la recolección de firmas, saliendo a la calle lloviera o tronara, abriendo comités, colocando mesas, entregando almohadillas y papeletas. Leer el artículo de la diaria1 en el que grupos importantes del Frente Amplio (FA) postulan a un querido compañero para su Presidencia fue un balde de agua fría. Por si fuera poco, en el artículo se menciona a 13 dirigentes frenteamplistas hombres y ni a una sola mujer. Y por último, sugiero ver las tibias resoluciones del Plenario del FA en materia de paridad.

La verdad es que una se siente en la prehistoria cuando los feminismos avanzan hacia la reivindicación del derecho a la autonomía de mujeres y disidencias sobre sus cuerpos, y en nuestro país nos vemos obligadas a tratar de que dejen de matarnos y a reivindicar, todavía, lo que las sufragistas del siglo pasado. Igualdad, igualdad y más igualdad. Tan mal estamos. Más aún cuando se trata de la interna de una fuerza política que se define como antipatriarcal.

La integración puramente masculina del Grupo de Transición, que conduciría a la fuerza política hasta la elección, conformado así por decisión de los sectores que lo componen, y la ausencia de candidatas mujeres a la presidencia del FA, me trajo a la mente, quizá como anticlímax posrecolección de firmas y muy tristemente, el recuerdo de Olympe de Gouges, la revolucionaria francesa que creyó ingenuamente que cuando los revolucionarios de la Ilustración escribieron la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, se referían también a ellas, por aquello del uso del genérico masculino. Las mujeres habían luchado hombro con hombro por la igualdad, la fraternidad y la libertad. Darse cuenta de que ellas no eran consideradas “iguales” por sus compañeros de lucha llevó a Olympe a escribir en 1791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, organizar a las mujeres y luchar por la igualdad, y por eso mismo fue guillotinada en 1793, ya que según Rousseau, la sujeción y la exclusión de las mujeres era lo deseable.

En la actualidad, se usan otros argumentos para postergar a las mujeres y disidencias y las penas no son capitales, pero sí son formas de castigo: la exclusión de la vida política, el bullying político, la marginación de la toma de decisiones y la condena a la invisibilidad. Y los argumentos ya no son los de Rousseau: ahora se habla de las “exigencias de la coyuntura”. Ese es uno de los argumentos más recurrentes, y como en materia de política, los uruguayos nos dividimos en dos grandes mitades, siempre llegamos por poquito a ganar las elecciones, entonces ese argumento siempre está a la orden del día. Siempre hay alguno o alguna (porque la cultura patriarcal no es hegemónica sólo entre los hombres, también lo es entre las mujeres) que sostiene que se necesita un compañero de consenso que pueda liderar el difícil momento, sea cual sea el momento. Y como vivir es difícil, hacer política es difícil, transitar la historia es difícil, sobrevivir es difícil, entonces siempre es necesario un hombre.

Esta postura muestra también la falta de un balance sobre lo que fue la cruzada titánica de los últimos meses, que convocó a la gente a sumarse y a superar por lejos las firmas necesarias para que sea posible un referéndum sobre la Ley de Urgente Consideración. En mi opinión, en este logro no sólo influyó el papel penoso que está haciendo el gobierno al mantenerse en su agenda neoliberal en medio de una pandemia que dejó en su primera ola 6.000 muertes por covid-19 y sin preocuparse por los 100.000 nuevos pobres que no descenderán por la vacunación porque se precisan políticas socioeconómicas específicas. También importan en el balance las características de la campaña. Una campaña sin ninguna elección partidaria en el horizonte que pudiera ofrecer la tentación de ser utilizada por alguno o alguna de sus voceros como trampolín para ocupar lugares de poder. No hay nada más desmoralizador y desmovilizador que la prostitución de las causas. Y de eso los militantes, especialmente los que “votan con los pies”, y abandonan la lucha, saben mucho.

Cuando miro a algunos dirigentes del FA, parados sobre su statu quo, y leo los nombres del Grupo de Transición, me pregunto, ¿no tienen esos sectores frenteamplistas compañeras para ocupar esos lugares?

En segundo lugar, esta campaña se caracterizó por su transversalidad. Algo que algunos de los feminismos postulan: vocerías rotativas, decisiones participativas, organización rizomática. Esas tres características estuvieron presentes en la campaña de recolección de firmas. Y de ella hay que sacar lecciones.

Por eso, cuando miro a algunos dirigentes del FA, parados sobre su statu quo, y leo los nombres del Grupo de Transición, me pregunto: ¿no tienen esos sectores frenteamplistas compañeras para ocupar esos lugares? Si se trata de sectores con representación en el Senado, a mí sin pensarlo mucho me vienen a la mente varias que lo están. Amanda Della Ventura, Lilián Kechichián, Sandra Lazo, Lucía Topolansky. ¿Qué pasó con la paridad? ¿Qué pasó con la definición antipatriarcal de nuestra fuerza política? ¿Cómo piensa el FA impulsar ese postulado? ¿Es que realmente creen que ellos son los mejores?

Y como candidatas a la Presidencia del Frente Amplio, sin pensar en las parlamentarias para que no tengan que renunciar a su cargo como ya sucedió con Mónica Xavier, ¿no hay excelentes militantes que han estado en la gestión del Estado o en el Parlamento o demostrando su capacidad y compromiso a lo largo de su vida?

No ser sectorizada me permite tirar nombres sin la prudencia de la organicidad ni la necesidad de hacer cálculos electorales. Algunos ejemplos. Graciela Villar hizo una excelente campaña para la vicepresidencia del país, tiene arraigo y buen diálogo con las organizaciones sociales, presidió la Junta Departamental; Constanza Moreira es una de las mejores senadoras que ha tenido el parlamento uruguayo, actualmente dedicada a la academia por no haber reunido los votos suficientes para permanecer en el Parlamento; Carmen Beramendi, actualmente invisibilizada en algún lugar de la Intendencia de Montevideo (IM) luego de conformar el grupo político que llevara al Senado a la actual intendenta, Carolina Cosse; Patricia González, integrante del Ejecutivo Departamental en el período anterior y excelente política; Adriana Barros, ex presidenta de la Junta Departamental en el período pasado; Patricia Ayala, ex intendenta de Artigas con muy buena gestión. No me propongo hacer una lista completa, no sólo porque es imposible sino porque se puede ser muy injusta. Pero mujeres políticas hay muchas.

Va siendo tiempo de que el FA aprenda no sólo de las experiencias recientes en nuestro país sino también de las experiencias latinoamericanas en las que las dirigencias tienen que ser representativas también de grandes sectores sociales. El ejemplo más reciente, Elisa Loncón, mapuche elegida para presidir la Asamblea Constituyente en Chile.

En Uruguay, cuando hablamos de grandes sectores sociales podemos recordar que las mujeres somos la mitad de la población. Los defensores del statu quo del Frente Amplio deberán preguntarse si a esa mitad seguirán dándole la espalda.

Publicado en La Diaria el 26 de julio de 2021


  1. https://ladiaria.com.uy/politica/articulo/2021/7/candidatura-de-carambula-para-la-presidencia-del-fa-vuelve-a-tomar-fuerza-tras-confirmacion-de-los-apoyos-del-mpp-y-pcu/ 
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ALERTA FEMINISTA POR ANA CLARA, reportaje gráfico de Adriana Cabrera Esteve

Al grito de «O lucho yo, o no hay cambio, si no es ahora, entonces cuándo» se realizó una Alerta Feminista por el feminicidio de Ana Clara, una niña de cuatro años a manos de su padrastro, un fusilero naval de Rivera. La actividad fue organizada por la Coordinadora de Feminismos.

«COSA DE MUJERES» por Adriana Cabrera Esteve

“Cosas de mujeres” es un proyecto fotográfico consistente en una intervención urbana de 43 gigantografías, impresas en vinilo autoadhesivo, que fueron colocadas en el entorno del Mausoleo de Artigas entre el 6 y el 30 de noviembre. Se realizó en el marco del mes dedicado a la lucha contra la violencia de género en el entendido de que la desigualdad es su principal generadora. Cada una de las fotografías fue acompañada por un texto colocado al costado de la misma en el que la fotografiada manifiesta cuáles son las primeras medidas que tomaría si accediera al gobierno. En la selección, fueron excluidas aquellas mujeres que por ser militantes políticas, efectivamente pudieran ser candidatas a cualquier cargo de gobierno en las próximas elecciones de tal manera de que la muestra tuviera un carácter cultural y no político partidario. El segundo criterio de selección con el que nos manejamos las fotógrafas que integramos el Colectivo En Blanca y Negra  fue abarcar las diferentes edades, etnias, orientación sexual, profesiones u oficios y nivel económico de la población femenina uruguaya. Descontando estos dos criterios, cada una tuvo la libertad de elegir a quién fotografiar.

Para su ejecución, el proyecto contó con el apoyo de Cotidiano Mujer, el Municipio B, el Centro de Fotografía de Montevideo, la Asesoría para la Igualdad de Género de la Intendencia de Montevideo, la Bicameral Femenina, la Red de Equidad y Género del Municipio B y el Taller Aquelarre. También fue declarado de interés departamental por la Junta Departamental de Montevideo.

Nos proponíamos naturalizar la idea de que una mujer es presidenciable, lograr que más mujeres se postulen a los más altos escaños de la actividad política, fomentar la confianza de la ciudadanía en la capacidad de conducción de las mujeres y estimular el ejercicio integral de nuestra ciudadanía, visto que actualmente, en los hechos, somos electoras pero no elegibles.

Entendemos que en la actualidad, las mujeres ejercemos una ciudadanía parcial. Si bien no tenemos limitaciones legales para ser elegibles a los principales cargos del país, tenemos enormes limitaciones culturales. Algunas emanan de la división sexual del trabajo por el que las mujeres tendríamos “diferencias naturales” con los hombres y estas nos hacen más apropiadas para las tareas de cuidados y subalternas que para las tareas de gobernanza o liderazgos. Otra razón surge del llamado “techo de cristal”, aunque estadísticamente egresamos con mejores calificaciones de la universidad, sin embargo a la hora de promover a los altos cargos de las instituciones públicas y privadas, los que llegan primero son los hombres que al mismo tiempo luchan denodadamente por mantener esa situación de privilegio. También existe el prejuicio de que a las mujeres no les “interesa” y muchas, convencidas de que eso es así, lo dicen. Otro prejuicio es que muchas y muchos consideran que las mujeres deben acceder a cargos políticos por sus propios medios y capacidades. O sea, entienden que si las mujeres no accedemos a los primeros cargos es porque no lo merecemos. Esta visión niega la necesidad de políticas proactivas dentro de los partidos políticos, desde el Estado y desde la cultura.

Estas razones motivaron que para el 2014 se aprobara una ley de cuotas que garantizaba el 30% de los lugares a las mujeres. Norma que, recientemente, se extendiera sin fecha límite. Así y todo muchas de las elegidas tuvieron que ceder sus lugares a los hombres que las seguían en las listas por acuerdos previos. Sin embargo, esta ley permitió que el 20% de las bancas estuviera ocupada por mujeres. Algo nuevo en las elecciones de 2014  fue que por primera vez hubo una precandidatura femenina a la presidencia. También en los últimos tiempos ha habido mujeres que se postularon para ser secretarias generales en sus propios partidos. Sin embargo, en una población que se distribuye equitativamente entre hombres y mujeres, una participación política de un 20% sigue siendo insuficiente. Un debe de nuestra democracia es que el 50% de los cargos estén ocupados por mujeres y que estas accedan a la presidencia de la república. Entonces seremos una verdadera democracia.

Publicado en El Diario Médico Nro.213, de noviembre 2018

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FEMINISMOS Y LUCHAS DEMOCRÁTICAS por Pablo Anzalone*

 

 

Las luchas por los derechos de las mujeres están hoy en el centro de la escena política. Por la gravedad de los hechos de violencia en su contra pero, sobre todo, porque dejaron de aceptarlos en silencio y levantaron su indignación. A raíz de esas movilizaciones de las mujeres, una parte mayor  de la sociedad comenzó a cuestionar-se ese status-quo de violencia y discriminación de género.

Este 8 de marzo la movilización nacional e internacional es un hito y puede llegar a ser el comienzo de una nueva etapa. El paro internacional de mujeres es una medida de movilización nueva que recoge una forma de lucha realizada por los trabajadores hace más de 130 años y la resignifica en múltiples formas de participación. Esta expresión de fuerzas recoloca la agenda feminista y en especial la violencia de género y el trabajo doméstico invisibilizado.

 Odios patriarcales y reaccionarios

Por otro lado, asistimos a furibundos  ataques de jerarquías evangélicas y católicas a lo que llaman la “ideología de género”. La vieja maquinaria de la reacción vuelve a apelar a los peores valores  para resistir  los planteos feministas. Las ofensivas de la derecha en América Latina y en el mundo están creando un escenario nuevo. El impeachment a Dilma Roussef  fue un ejemplo de virulencia de los valores reaccionarios, patriarcales y de odio hacia el progresismo y la izquierda . El reciente triunfo de Trump muestra la fuerza del discurso misógino, racista y xenófobo.

Los debates también llegan a los “progresismos”. Todavía se escuchan voces que critican a las organizaciones feministas, étnicas o de la diversidad sexual por priorizar las identidades particulares sobre las luchas generales de la sociedad. Evidencian así un desconocimiento de las corrientes predominantes en estos movimientos, pero también una visión muy limitada de la política.

Hay preguntas y debates pertinentes en este plano. ¿Cuáles han sido las formas de democratización de la política y la sociedad promovidas desde los movimientos feministas y de la diversidad sexual en este período en Uruguay? ¿En qué medida han logrado incidir en las políticas públicas, en la agenda de derechos, en el fortalecimiento de las organizaciones sociales, en la calidad de la  democracia? ¿Cuáles son los factores que pueden abrir nuevas posibilidades democratizadoras de transformación social  y cuáles pueden generar debilidades y retrocesos en el próximo período?

Los movimientos feministas han recorrido caminos heterogéneos, diversos y contradictorios en una realidad compleja de América Latina (García y Valdivieso 2005). Tanto el movimiento feminista como el de la Diversidad Sexual tuvieron debates importantes sobre la estrategia a seguir. Algunos de ellos acompañaron polémicas internacionales y otros a las luchas de una formación social como la uruguaya.

Identidades y derechos democráticos

Uno de estos debates es la forma como las reivindicaciones de género u orientación sexual pasan a ser banderas democráticas generales. Esa tensión entre la reafirmación de las identidades (y por lo tanto de las diferencias) y los derechos democráticos, patrimonio de todos, acompañó muchos momentos de esta larga lucha. Para muchos movimientos feministas la movilización por los derechos de las mujeres no puede concebirse aislada de las luchas contra las exclusiones y desigualdades de todo tipo y contra las lógicas autoritarias de la sociedad y el Estado.

La estrategia identitaria afirma Diego Sempol (2013) llevó en otros países a “esencializar las identidades” y despolitizar las diferencias al considerarlas naturales y no efectos de un discurso de poder determinado.

La inclusión de los feminismos y las identidades LGTB en una agenda más amplia que incorpora luchas étnicas, culturales y sociales tuvo consecuencias en el plano de las reivindicaciones, del discurso vertebrador y de la organización. Esta forma de evitar el aislamiento y ampliar la base de movilización social  permitió articular las agendas, priorizar temas en conjunto e ir creando un bloque social que está dando una batalla por la hegemonía ideológica.

Si bien los avances no se limitan a normas legales, basta ver el informe acerca de la aplicación en Uruguay de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer en el período 2009-2016 para valorar la vitalidad de estas luchas:

  1. a) En 2008 se aprobó la ley 18.426 sobre derecho a la salud sexual y reproductiva que motivó el veto presidencial a la despenalización del aborto y recién fue reglamentada en 2010. La interrupción voluntaria del embarazo finalmente se aprobará por la ley 18.987 en 2012.
  2. b) En 2009 se aprobaron las leyes 18.620 sobre derecho a identidad de género, cambio de nombre y sexo en documentos, 18.561 de prevención del acoso sexual y 18.590 sobre adopción por parte de parejas del mismo sexo.
  3. c) En 2010 la ley 18.651 sobre protección integral a la discapacidad y en 2011 la ley 18.868 que prohibe la exigencia de test negativo de embarazo para relaciones laborales.
  4. d) En 2013 se votaron las leyes 19.122 contra la discriminación hacia afrodescendientes y por acciones positivas, la 161 sobre licencia maternal, paternal y lactancia.
  5. e) la ley 19.075 autorizando el matrimonio entre personas del mismo sexo o “matrimonio igualitario”.
  6. f) la ley 19.353 de creación del Sistema Nacional de Cuidados.

Casi siempre fue una conjunción de fuerzas sociales y sectores políticos quienes impulsaron estas leyes. Son avances significativos aunque su implementación efectiva sigue enfrentando grandes resistencias. En varios casos constituyen, todavía, respuestas insuficientes a problemas graves.

El cuestionamiento a una inequitativa distribución del trabajo doméstico y los cuidados comienza a ponerse sobre la mesa. El paro de mujeres lo hace.

El reclamo de paridad apunta contra el déficit de representación política de las mujeres que sigue siendo muy alto en nuestro país. Al mismo tiempo la campaña contra la violencia de género crece,   creando la posibilidad de un punto de inflexión donde las concepciones patriarcales y violentas pierdan terreno y su hegemonía sea puesta en cuestión.

También los varones deben ser parte de estas luchas. No solo acompañantes solidarios sino participantes. La concepción patriarcal de masculinidad que pone a los hombres en un rol dominante, que subordina y posterga a las mujeres, que estigmatiza las orientaciones no heterosexuales, también afecta en forma muy negativa la salud y la vida de los varones. Las cifras de muertes por suicidios, accidentes, homicidios y enfermedades crónicas son mucho mayores entre ellos y la asociación con el género es significativa.

 Debates ideológicos

A pesar de los avances de la última década, en nuestras sociedades siguen existiendo graves desigualdades por razones de género, generaciones, orientación sexual, territorio, raza y clase. Son los principales problemas del país y de la región.

La desideologización de la política ha crecido en el capitalismo tardío. La cooptación de la política por el Estado ha tenido consecuencias importantes. Minimiza el rol de las fuerzas sociales, deja de lado los elementos ideológicos que sustentan cada acción institucional o social, otorga más fuerza a las tendencias inerciales del sistema político y social, al carácter amortiguador de la sociedad   presentado como realismo político.

Los procesos históricos del movimiento feminista han dado como resultado,   “un amplio, heterogéneo, policéntrico, multifacético, y polifónico campo” que se extiende más allá de las organizaciones o grupos propios del movimiento”, señala Sonia Alvarez (1998).

Estos  movimientos han dado debates culturales que problematizan los significados establecidos por las relaciones de poder dominantes. También las banderas del ecologismo han sido tomadas por corrientes ecofeministas. Ambas corrientes proponen  una concepción del mundo menos jerarquizada, con profundos cambios en la cotidianeidad, sin el sentido de acumulación alienada de más objetos de consumo (Puleo 2011).

Por otro lado existen debates dentro del feminismo  sobre la convergencia entre el capitalismo neoliberal y algunas formas de feminismo liberal.  En relación con los cuatro cuestionamientos principales de la segunda ola feminista hay una “resignificación” dice Nancy Fraser. La crítica al economicismo que ocultaba otras formas de opresión derivó en un énfasis en la cultura y la identidad sin referencias anticapitalistas. El cuestionamiento al androcentrismo basado en una injusta división sexual del trabajo fue incorporado por el sistema capitalista y el trabajo remunerado de las mujeres contribuyó a una estructura de hogares con dos proveedores que no contradecía la flexibilización y abaratamiento de la mano de obra propios del neoliberalismo. Los argumentos feministas contra el estatismo fueron reinterpretados dentro de los cuestionamientos neoliberales contra el Estado y vinculados a la promoción de las ONG.  El internacionalismo propugnado por las feministas pudo ser asociado con las políticas de gobernanza planetaria de esta época del capitalismo.

Si miramos para América Latina estos procesos no fueron homogéneos y las corrientes liberales no hegemonizaron. Las movilizaciones de hoy lo demuestran.

Actores para el cambio

Es necesario un análisis crítico y autocrítico del accionar de tres actores en el siglo XXI: gobiernos, fuerzas políticas y movimientos sociales. El triunfo de la derecha en Argentina, Brasil y Venezuela es demasiado fuerte para minimizar los errores de la izquierda y los movimientos populares.

Si el modelo de “hacer política” piensa a la gente como espectadora, podrá ser crítica o conformista con relación al gobierno, pero no construirá relaciones de fuerza sólidas. Si esas batallas culturales  empiezan a perderse, vamos en camino hacia la derrota política.

 Las luchas contra las concepciones patriarcales, la violencia hacia niños y mujeres, la discriminación hacia orientaciones sexuales y etnias diferentes, la destrucción del medio ambiente, las políticas autoritarias sobre drogas y seguridad, son parte fundamental de las contradicciones actuales. Se articulan con la lucha de clases. Estas luchas se enlazan en una perspectiva de democratización  profunda de la sociedad y el Estado, que es un instrumento y un fin en sí mismo. Hace a la concepción de una sociedad diferente y a la vez es una respuesta a los problemas inmediatos de la población para ejercer sus derechos.

Esa participación es acción social y cultural sobre los problemas existentes, y un camino  donde los movimientos feministas son protagonistas.

-Alvarez, S. E.1998. Feminismos Latinoamericanos. Florianópolis, v. 6, n. 2, p. 265, jan. 1998. ISSN 0104-026X. Disponíble en: <https://periodicos.ufsc.br/index.php/ref/article/view/12008>.  
García,C.T. Y Valdivieso,M., 2005, Una aproximación al Movimiento de Mujeres en América Latina. De los grupos de autoconsciencia a las redes nacionales y trasnacionales. OSAL 41.Año VI N° 18 set-dic 2005.
Sempol, D. 2013. De los baños a las calles. Historia del movimiento lésbico,gay, trans uruguayo 1984-2013. Random House Mondadori. Ed.Sudamericana. Uruguay
-Puleo, A. 2011. Ecofeminismo para otro mundo posible. Editorial Cátedra. Colección Feminismos. Madrid

*Artículo publicado en DINAMO N.º 11.  9 de marzo de 2017

Disponible en http://www.ladiaria.com.uy

A ELLA LE GUSTA por Adriana Cabrera Esteve

“Cada vez que el tipo llega a la casa, se oyen los golpes a través de las paredes. La oigo rebotar contra las cosas”, me cuenta mi compañera. “¡Denuncialo!”, le digo. “¿Y si se la agarra conmigo o con mis hijos?”, contesta. Reconozco la onda expansiva del miedo, la misma que se extiende en el espacio y en el tiempo y sostiene a las dictaduras primero y a la impunidad después. Un poder que se ejerce contra unos, pero les llega a todos. Por eso, no me sorprende cuando oigo a Boaventura de Sousa Santos hablar del fascismo que viven algunas mujeres al volver a sus casas. Pueden ejercer sus derechos civiles, pueden votar, dice, pero viven bajo el poder patriarcal en sus hogares. No se pueden comparar los dramas, pero las cifras también traen a nuestra mente analogías.

Se cuentan por centenas las muertes en una década. Es un hecho que las mujeres están subrepresentadas en la política uruguaya, algo que interpela nuestro sistema democrático. Pero también la violencia de género debe interpelarlo.

Pensar la calidad de la democracia analizando los datos de violencia de género y generaciones es obligatorio para quienes pensamos que la justicia social no es sólo una cuestión entre los que venden su fuerza de trabajo y los que detentan los medios de producción. Eliminar las desigualdades no supone sólo eliminar las económicas, sino también no considerar como subalterna o de segunda a la mitad femenina de la población y a todo el que no sea blanco ni adulto heterosexual.

La democracia no es un estado, es un proceso. De los actores políticos y sociales depende hacia dónde transitamos. Fue gracias a las organizaciones feministas que en la última década se cuantificaron los feminicidios y el problema comenzó a tener dimensión pública. Hasta entonces, la violencia intrafamiliar estaba naturalizada y el imaginario colectivo estaba plagado de frases como “a ella le gusta”, “algo habrá hecho”, “arrimale la ropa al cuerpo que se le terminan las pavadas”, “que se joda por infeliz”. El problema, siempre de “otras”, pertenecía al ámbito de lo privado. Les sucedía a las infelices, a las ignorantes, a las sumisas y, por tanto, a las despreciables. Las víctimas quedaban así bajo sospecha, revictimizadas, no generaban solidaridades ni políticas de gobierno destinadas a respetar sus derechos humanos.

Fue necesario estudiar los datos para visualizar que la violencia atravesaba a toda la sociedad y que el lugar más inseguro para muchas y muchos era el propio hogar. Sí, muchos, porque nuestra sociedad no sólo es androcéntrica, sino también adultocéntrica. Sobre los niños, las niñas y los adultos mayores suelen también reproducirse prácticas de violencia doméstica naturalizadas en nuestra cultura, entre otras cosas porque suelen ser colectivos sin voz, con nulas o escasas posibilidades de convertirse en grupos de poder. Recordemos aquello de que la letra con sangre entra.

La violencia doméstica tiene características propias, se produce la mayoría de las veces en el ámbito familiar o en el marco de una relación de pareja. En la víctima suele predominar un deseo de transformar al victimario, no de alejarse, mediado por sentimientos de vergüenza, culpa, apego o amor, acompañado por un creciente aislamiento o la destrucción de otros vínculos. Se produce como resultado de un mandato cultural que impone la idea de que la mujer es propiedad del hombre y establece roles a cumplir, una idea de lo femenino y lo masculino basada en las inequidades con fuertes raíces en nuestra cultura. De esto surge que la obligación de denunciar no debe recaer en la víctima solamente. Compete al Estado acompañar las luchas de las organizaciones sociales y reconocer en la violencia doméstica un grave problema de seguridad ciudadana, garantizar los derechos de las víctimas y educar a la población en vínculos no violentos. Ni físicos, ni psicológicos, ni sexuales, ni patrimoniales.

En Uruguay, los esfuerzos realizados para concretar una estrategia contra la violencia basada en género y generaciones, unida a la mayor visibilización del problema que han logrado organizaciones como la Coordinadora de Feminismos, que al grito de “Ni una menos” toman las calles a cada nuevo crimen, han tenido como resultado una mejor caracterización del problema, el aumento del número de denuncias, una mayor formación de funcionarios públicos y privados, una mayor capacidad de respuesta, una creciente alerta ante casos de violencia y un Plan de Acción del Gobierno. Sin embargo, estamos lejos de generar una contracultura capaz de revertir el número de víctimas.

El informe 2015 del Ministerio del Interior registra un aumento sostenido de las denuncias por violencia doméstica. Mientras que en 2005 se registraron 5.612 denuncias, en 2015 se llegó a 31.184. Un promedio de 85 denuncias por día. Si se suman los asesinatos de mujeres a las tentativas de homicidio, resulta que el año pasado cada 11 días se mató o se intentó matar a una mujer mediante violencia doméstica. La mitad de los homicidios de mujeres se da en el ámbito doméstico. Sin morbo, que 35% de las muertes se dieran por golpes con pies y manos o estrangulación denota la brutalidad de la situación. En los últimos tres años, según la misma fuente, suman 61 las mujeres asesinadas por su pareja o ex pareja (22 en 2013, 13 en 2014 y 26 en 2015).

Hay una disputa hacia más o menos democracia. Coexisten autoritarismos normativos, sociales y culturales, como el racismo y el patriarcado. En ese marco, la eliminación de la violencia doméstica es ir contra la cultura hegemónica. Tratar de detener un flagelo que promedia las dos muertes mensuales supone una agenda común de organizaciones sociales, partidos políticos y el gobierno.

 Publicado en «Dínamo», La Diaria, el 12 de setiembre de 2016