Artículo publicado en Semanario Voces 3 noviembre 2022
La victoria de Lula en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas logró superar la violencia del bolsonarismo y su utilización inconstitucional del aparato del estado. El gobierno de Bolsonaro repartió ilegalmente mas de 15 mil millones de dólares (80mil millones de reales) en la campaña para comprar votos. La cantidad de hechos de violencia cometidos por bolsonaristas en esta campaña es muy grande. Asesinatos y agresiones se cometieron en distintos lugares del país. No se trató solo de seguidores anónimos sino casos como Roberto Jefferson o Carla Zambelli son figuras destacadas. Las vinculaciones de los Bolsonaro con las milicias parapoliciales en Río son anteriores y notorias. Pero la campaña electoral superó todo lo anterior en materia de violencias. Mas de 560 controles en las rutas para obstaculizar el voto de los nordestinos fueron implementados por la Policía Rodoviaria Federal, en base a una decisión tomada en el Palacio de Planalto, solo revertida cuando el Supremo Tribunal Electoral dió un ultimatum.
Cabe pensar entonces que es una estrategia política de amedrentamiento de la población, de empoderamiento de sus seguidores y de amenaza al régimen democrático. Al escribir estas líneas continúan los bloqueos de rutas por parte de camioneros bolsonaristas, pidiendo una intervención militar. Las fake news y la manipulación han alcanzado niveles extraordinarios.
El autoritarismo tiene raices profundas en nuestro continente y todavía sufrimos las consecuencias de las dictaduras civico militares que llevaron el terrorismo de Estado a toda la sociedad. Con complicidades sociales, empresariales, mediáticas e institucionales según los períodos. El impeachment contra Dilma Roussef y la prisión de Lula constituyeron un nuevo tipo de ruptura de las reglas democráticas, que hizo posible el triunfo de personajes como Bolsonaro.
El bolsonarismo se ha convertido en un fenómeno particular donde los elementos antidemocráticos y violentistas pesan decisivamente. Más que en otras derechas de la región. Decíamos en 2018 que el apoyo a Bolsonaro era una expresión del poder de los estamentos militares y represivos, de un poder agrario extremadamente reaccionario, de la influencia creciente de iglesias conservadoras, y del peso de las ideologías racistas y misóginas en la sociedad brasileña. Citabamos a Jesse Souza cuando fundamenta que el problema central del Brasil moderno no es la corrupción, sino la esclavitud y sus efectos, el abandono sistemático de las clases humilladas, estigmatizadas y perseguidas, las relaciones de dominación entre clases sociales. Brasil ha sido la mayor sociedad esclavista de la historia de la humanidad, dice Souza, y eso tiene efectos sociales y culturales profundos.
En la crisis actual de la región y el mundo el retroceso del Estado, el debilitamiento de la protección social, el aumento de las desigualdades, del hambre, de la depredación de la Amazonia, las pésimas respuestas a la pandemia con altísimos costos humanos, las políticas económicas neoliberales, muestran a la derecha gobernando para las minorías privilegiadas.
Las estrategias autoritarias y la manipulación no alcanzan, sin embargo, para impedir la movilización popular y los pronunciamientos ciudadanos que han renovado a los progresismos como alternativas de gobierno.
Lula y todo un frente democrático obtuvieron un triunfo ajustado, menor a lo que señalaban las encuestas, pero incuestionable. Se confirma una situación que se ha reiterado en varios paises de América Latina: la derecha pudo alcanzar algunos gobiernos en los últimos años, derrotando a las izquierdas pero no consolidar su hegemonía.
Para las izquierdas la construcción de estructuras y prácticas para una sociedad más democrática y justa es un enorme desafío que no está saldado. La participación social y política de amplias mayorías es un camino ineludible en esa dirección. No hay cambios duraderos sin participación protagónica de la gente. Aprendiendo de los errores anteriores y renovando el pensamiento crítico para democratizar la sociedad.
Con Lula toda América Latina puede tener una incidencia mayor en una situación internacional crítica, donde la guerra, la pobreza, el hambre, la opresión étnica y de género y una serie de crisis acumuladas en lo ambiental, sanitario, alimentario, los cuidados y la protección social, agudizan las desigualdades.