Buenas tardes para todos. Es un gusto estar aquí, en esta Facultad, para hablar del libro autobiográfico realizado por Chela Fontora, compañera, amiga, luchadora social, parte de estas lides que suponen la procura de un mundo mejor.
También es un honor compartir la mesa con la Licenciada Manuela Abrahan, con la Dra. Silvia Rivero y con un Representante del Centro de Estudiantes.
No voy a hablar específicamente del contenido libro. No suelo hacerlo cuando presento diferentes tipos de obras literarias porque creo que los libros hablan por sí solos y hay que leerlos para que cada uno se forme su opinión.
Quiero referirme sí a lo que el libro significa. En estos tiempos de empeñosa desmemoria, de esfuerzos para sembrar olvido y de tergiversaciones de la historia reciente, es fundamental que se produzcan este tipo de trabajos testimoniales que son momentos de la vida de una mujer que representan momentos de la vida de un pueblo, de un país, de un mundo.
¿Para qué leer tanto dolor? ¿Para qué saber de aquellas cosas que sucedieron hace cincuenta años o veinte o setenta?
Los avatares vividos por Chela Fontora nos enseñan a conocernos más. Muchas veces digo a los niños con quienes trabajo casi a diario, que las páginas de los libros son como espejos que nos ayudan a vernos mejor, a conocernos, a comprender el mundo que nos rodea.
Esa memoria es la que nos permitirá regar nuestras mejores partes; es la que nos permitirá también reconocer los brutales o sutiles planes que quieren convertirnos en meros consumidores, en meros adaptados a este sistema de la putrefacción de la vida que la deshonra y la destruye.
Este sistema de explotación al que estamos sometidos, es el sistema del olvido, de imponer el pensamiento único de que las cosas son así y no pueden ser de otra manera, es el sistema de la resignación, del conformismo, del consumo, de la frivolidad, de la convalidación del patriarcado donde los curas sigan siendo padres y las monjas sigan siendo sólo hermanas, y donde dios, que dicen que nos dio la vida, nunca, jamás, pueda ser, por ejemplo, una mujer.
No se preocupen, no voy a decir que Chela es dios, ni mucho menos, ni voy a detenerme en cuestiones religiosas que respeto, pero sí voy a decir que esta mujer tuvo la valentía, a su manera, de contarnos todas esas cosas que nos sacuden el alma y que también dan cuenta del oprobio al que estuvimos sometidos en los peores tiempos de la historia reciente. Eso también nos da pistas de cómo nosotros no debemos ser. No debemos ser como el torturador, como el señor feudal de los cañaverales o de los grandes latifundios. No debemos ser como los galenos que supervisaban la tortura. La memoria también nos va a permitir todo eso. Pero será la historia contada con toda la verdad sobre la mesa, la que, finalmente, nos dará luz sobre la compleja concatenación de las relaciones sociales, ideológicas, políticas, religiosas y culturales que hicieron posible esos tiempos de oprobio. Como ya dije, este libro nos enseña a regar nuestras mejores partes con la intención, por ejemplo, que de esta casa, nuestra entrañable Universidad de la República, salgan los mejores profesionales y las mejores personas, y no las más nefastas, los más sinvergüenzas, como también han sabido producir sus aulas.
Luego, entonces, con esa memoria y esa historia, podremos desembocar, sin titubeos ni pactos secretos, en la justicia que nos dé alas para ascender hacia la construcción de un nuevo país en ese futuro que no llegará si no lo vamos a buscar.
Por eso hablo del entorno de este libro, de todo esto que rodea este trabajo de Chela que contó con la colaboración de compañeros que lo leyeron antes de que saliera y contó con la contribución del Departamento de Cultura del PIT-CNT que me honro en integrar, para que su editorial Primero de Mayo, finalmente lo editara.
Este libro también da cuenta de cómo del dolor se pude sacar esperanza, de que de la derrota circunstancial se puede augurar una victoria duradera, del empecinado intento que tuvieron los perversos del mundo en eliminarnos. Hoy podemos decir que Chela está acá, que nosotros estamos acá, que nuestros hijos y nuestros nietos están acá. Anhelo con toda mi alma que ellos, estas nuevas generaciones que descienden de esos bárbaros, no aprendan a odiar, aprendan a amar que de eso se trata la vida y la revolución que pregonamos, pero que sepan, que sepan todo, que no ignoren nada, que conozcan la verdad de todas las cosas, de lo que hicieron y, definitivamente, también construyan el principio de la justicia como un valor fundamental para la vida y sean mejores que sus progenitores como ustedes, generaciones nuevas, también sean mejores que nosotros.
En este libro se habla de la cárcel, de la lucha, de las sacrificadas marchas cañeras, de la clandestinidad, de los allanamientos parecidos a demoliciones, de la tortura, pero también se habla de la capacidad del ser humano de convertir todo eso en esperanza, de cuando las presas recibieron a Chela en la cárcel de la calle Cabildo cantando Cielo mi cielito lindo, danza de viento y juncal… Este libro nos va a decir que aquellas muchachas que entonaban esa canción eran compañeras de 18 años con miradas profundas, de una madurez apresurada.
Hoy veo también muchas muchachas que se rebelan, por ejemplo, contra el nefasto patriarcado. Ellas, y nosotros junto a ellas, han, hemos, conquistado muchas cosas. La ley de Reproducción Humana Asistida, la tipificación de femicidio como delito grave, más allá de algunas observaciones que se puedan hacer, han sido conquistas relevantes, pero debemos redoblar esfuerzos para seguir avanzando en la transformación del ser humano nuevo, ese que sea capaz de ser crítico y autocrítico, responsable y co-responsable, analítico y reflexivo, cooperativo, solidario y creativo, siempre creativo. Estas son las mejores partes de las que hablaba y que tenemos que regar todas las mañanas contra el sumiso, el indiferente, el casi anulado intelectualmente, el egoísta y el rutinario.
Y para ello necesitamos que se escriban libros de este tipo, necesitamos que se hagan encuentros de este tipo. El mundo necesita de personas como Chela, capaces de decir, aunque duela, y de nuevas generaciones como ustedes, capaces de escuchar sin indiferencia. En relación a esto podríamos inventar aquí una consigna que diga bien fuerte ARRIBA LOS QUE ESCUCHAN, sobre todo en un mundo donde hay claras intenciones de que nadie oiga, nadie comprenda, nadie pregunte, nadie dude, nadie innove y todos obedezcamos.
Muchas llamas se han encendido. Hace unos días aquel gran Ernesto, hombre luminoso, hubiese cumplido 90 años, aunque se murió a los 39 y empecinadamente siguió encendiendo llamitas después de asesinado.
El asunto, entonces es seguir procurando encender llamitas sin temor, sin ambages, convencidos de que de una u otra forma esas llamas no se apagarán y que para cosechar el mundo nuevo, dulce como la caña dulce, es necesario quemarla antes, algo así como para que la vida vieja, perimida, obsoleta y capitalista, finalmente pueda parir la vida nueva, esperanzadora, colectiva, igualitaria y para todos.
Muchas gracias.
Facultad de Ciencias Sociales 20.6.2018
(*) Escritor. Presidente del Departamento de Cultura del PIT-CNT