Y CUANDO LOS DE ABAJO DESPERTARON, EL DINOSAURIO TODAVÍA ESTABA ALLÍ por Jorge Majfud*

Quienes hace veinte años estaban en el gobierno en Uruguay y en Argentina, antes y durante una de las mayores crisis económicas y sociales nunca vista por generaciones, dicen que, en realidad, ellos “lo hicieron bien” aunque “les tocó” un mal momento.

La brutal crisis económica y social fue consecuencia de un fenómeno climático o producto de la caída de un asteroide en la cuenca del Plata. Sin embargo, esta catástrofe no extinguió los dinosaurios. Ahora dicen que a los gobiernos que les siguieron “les tocó” un buen momento (el famoso viento en popa, otro fenómeno climático), pese a lo cual estos gobiernos irresponsables, en realidad, “lo hicieron mal”. (Durante esos años dorados, personalmente escribí mucho en contra de la euforia de Lula, de su Deus é brasileiro, o de los Kirchner, lo mismo sobre Uruguay y Chile, sin dejar de reconocer sus logros, que no fueron pocos ni fueron pequeños).

Es verdad que quedan temas muy pendientes, como la educación y la criminalidad callejera, dos problemas que no le son propios en el contexto internacional. En cuanto a la disminución de los desequilibrios sociales no se fue lo suficientemente radical como se debió, pero recordemos que en las democracias liberales también existe una oposición, y es siempre un elemento necesario en cualquier dinámica social saludable.

Pero es interesante detenerse en la omnipresente narrativa actual.

Ahora resulta que quince años de ininterrumpido crecimiento, de mayor independencia internacional, del pago de deudas impagables, de millones de menos pobres, fueron calamidades que deben ser corregidas.

Por eso ahora, en Uruguay, esos mismos grupos, con las mismas recetas ideológicas y las mismas promesas de los años 90, con algunos rostros más viejos y otros más jóvenes que no por casualidad se parecen mucho, aseguran que ellos “lo harán bien”.

Lo que es para preocuparse.

Obviamente, hay algo que lo hacen muy bien, porque de otra forma no se explicaría la insistente recurrencia de los déjà vu sociales: con los medios de prensa más fuertes de sus países, como siempre fue la regla en América Latina desde el siglo XIX, medios que nunca dejaron de serles funcionales durante la excepción de los últimos quince años, todo lo declaran con obviedad, convicción y elocuencia contagiosa.

Hay, sin embargo, dos novedades: (1) una fuerte dosis de furia tribal que en las redes sociales explota hasta por una simple mirada y produce el milagro de terminar culpando siempre a las víctimas de todos los males de una sociedad y (2) la sutil y efectiva estrategia de la judicialización de la política (que debería llamarse politización de la justicia) por la cual, como es de esperar según la lógica de los ideoléxicos, la persecución y encarcelación selectiva de los políticos más populares (sean corruptos o no) es calificada como “una muestra de la independencia de la justicia” y “una prueba de la salud democrática de un país”. Ideoléxicos en su estado más hipócrita.

En Argentina están mucho más adelantados que en Uruguay. Con las mismas promesas y con las mismas recetas ideológicas de los años noventa, lograron reconquistar el gobierno y, después de casi tres años, “ya lo están haciendo bien”, pese a la “pesada herencia” de quince años de insincero crecimiento económico interrumpido y de una prolongada e irresponsable reducción de la pobreza.

Lograron “hacerlo bien”, pese a que otra vez “les tocó” un mal momento. Casi no queda un indicador económico y social que no se haya degradado hasta límites impensables, ni siquiera por esos mismos “hombres de negocios”, esos genios que, a diferencia del resto de los mortales “saben cómo funciona el mundo” y cuya radical ideología se esconde en otro ideoléxico: “pragmatismo económico”. Es decir, ajustar hacia abajo y no hacia arriba, estrangular a la clase media, a los trabajadores, a los pequeños y medianos empresarios es un acto de responsabilidad que, por si fuese poco, por una lógica muy elemental, inevitablemente conduce a la recesión y a más injusticia social.

Pocas ideologías son tan radicales como la ideología de la no-ideología de los Grandes Negocios. Luego no se explican cómo siendo tan exitosos Super Hombres de negocios, fracasan vergonzosamente en los gobiernos, ya no sólo en lo social sino hasta en lo económico, porque nunca entendieron que las montañas de dinero que ellos llaman éxito propio y beneficio social se deben a que existe un Estado y una sociedad que cada día, de forma directa (corrupta) o indirecta (legal) trabaja para ellos.

Ningún partido político en el mundo (males necesarios, todavía) tiene el monopolio de hacerlo bien o de equivocarse, pero es siempre recomendable considerar los antecedentes de cada individuo, de cada grupo político y de cada receta, así como hace cualquier empleador cuando lee el currículo vitae de un candidato a un modesto puesto. Mucho más cuando estamos hablando de grupos y de individuos que aspiran a hacerse con el poder político de todo un país porque sólo con el abrumador poder económico y financiero que ostentan, o representan, no es suficiente para aprobar las leyes que necesitan para establecer las reglas de juego y formular, a su imagen y semejanza, la diferencia entre el bien y el mal que consumirán y reproducirán unos cuantos de los de abajo.

Publicado el 3 de setiembre de 2018.

*Jorge Majfud es escritor uruguayo estadounidense, autor de Crisis otras novelas.

DESEQUILIBRIOS MACRIECONÓMICOS por Milton Romani Gerner*

En esta orilla, el líder de “Peguemos”, Lacalle junior, necesita vender mucho más. Para espejito está Macri. Acá ya lo hicieron. “Vivir sin miedo”, promete Larrañaga, y hace campaña electoral con ello. En un corte antiwilsonista, propone sumar al esquema represivo a las Fuerzas Armadas, sin reparar en que ha sido el estamento que más miedo ha inoculado a nuestra sociedad. Abusa de una irracional tentación punitiva de la sociedad y propone, otra vez, las herramientas del castigo, cuando los castigos son como la riqueza: nunca son iguales para todos. Los fracturados sociales son los que pagan el pato. Otros fabrican sociedades anónimas.

Ya lo intentaron. Querían bajar la edad de imputabilidad penal. Fracasaron. El formidable movimiento juvenil de No a la Baja lo impidió. Lo que bajó fue la cifra de “menores recluidos”. Ahora son 358, frente a una media histórica de 700. En pocos años, la cifra se redujo casi a la mitad. Se prevé que siga descendiendo. Ningún comunicador ha considerado interesante investigar esto, que –vaya– es una noticia. La Universidad del Miedo, como bien la bautizó el profesor Roque Faraone, no está para eso. Hay una genealogía de los mecanismos que han invadido nuestra convivencia y otros fenómenos violentos de la vida cotidiana que no se solucionan con castigos.

El escritor uruguayo estadounidense Jorge Majfud acaba de publicar en varios medios del exterior un excelente artículo, “La generación del 2001 y la violencia en el Cono Sur”, en el que sostiene: “En medio de la crisis del Cono Sur que se inició en el año 2001 y se profundizó en el 2002, todos se horrorizaban, con cierta dosis de inevitable acostumbramiento, por los niños que comían basura o se drogaban con pegamento debajo de los puentes. No eran casos aislados. Fue una epidemia súbita que arrojó a casi un 20% de los hijos de la clase media a la miseria y el abandono, debido al descalabro de la economía, al desempleo masivo y de los ya debilitados planes sociales de los gobiernos anteriores que, tanto en Uruguay como, sobre todo, en Argentina, se habían alineado a las recetas privatizadoras del FMI. ¿Dónde están hoy esos niños? ¿Desaparecieron? No. Todo presente tiene un pasado, y aunque la gran mayoría de ellos haya salido a flote, hacia una vida digna de lucha y trabajo, basta con un pequeño porcentaje para crear un fuerte estado de inseguridad debido a delitos crecientes en número y crueldad. Como solución, no pocos miran los tiempos de la dictadura militar con nostalgia, por el simple hecho de que, por entonces, crímenes y violaciones de todo tipo, física, moral y económica, simplemente no salían en las noticias y quienes las denunciaban desaparecían o perdían sus trabajos, en el mejor caso”.

La Cantera de los Presos

Este era el nombre del que hasta ahora fue el cantegril más antiguo de Montevideo. Desde 1940, a cinco cuadras de Avenida Italia y Comercio, entre basura, ranchos de lata, perros y caballos, vivieron cuatro generaciones de más de 250 familias, las que hoy fueron realojadas a viviendas dignas en un nuevo barrio digno. Coincidieron para ello la movilización y la pujanza de los vecinos, liderados por una mujer, y un convenio con la Intendencia de Montevideo y el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. Fue un proceso. Su planificación llevó algunos años, esfuerzo, discusión, porfiadas y atrevidas insistencias. El nombre del asentamiento parece venir de la época en que los presos iban a picar piedra en las canteras allí ubicadas.

No se necesita un giro literario muy rebuscado para arriesgar una metáfora: como otros territorios, ha sido cantera de presos a futuro. O no. Porque entre otras indignidades, el estigma uniformiza y evade admitir que el trabajo, formal e informal, ha sido también forjador de ciudadanía en Isla de Gaspar.

En realidad, este realojo ha sido un formidable modelo de intervención urbana que marca un camino para políticas de convivencia y para asegurar el derecho a la seguridad ciudadana. Prevención universal, que le dicen. Con efecto inmediato en estas 250 familias, ahora sí, seguras, conviviendo felices y con un plus: la dignidad.

Prevención universal, selectiva, indicada

Habrá que repetir una vez más que, en términos de políticas de seguridad ciudadana, hay que desplegar todo el arco preventivo antes que lo punitivo. En todo caso, este realojo de quienes vivían en Isla de Gaspar parece preferible a intervenciones en crisis como la de los Palomares de Casavalle. Es una opción política. Además de prevenir, hay que prever. ¿Restituir el principio de legalidad y responsabilidad? Sí. Pero ese, lícitamente, podría ser el reclamo de los vecinos: restablecimiento de la legalidad de derechos y llamar a responsabilidad a todos los sectores del Estado. La aplicación de la ley es sólo un componente de este combo, necesario pero sólo como un recurso de una política criminal con varios componentes. Debe aplicarse, además, sin tanto aspaviento, ya que la manija de los medios produce subjetividad punitiva.

El castigo, en sus diversas formas, termina siendo caro, ineficiente en términos de costo-beneficio. Segrega aun más a las familias y la sociedad. Sin enfoque político integral, se recarga y se deposita todo, y de mala manera, en la tarea policial, que debe tener también herramientas selectivas e indicadas en lo preventivo. Pero las responsabilidades sobre seguridad y la convivencia ciudadana son de varias agencias, que necesitan coordinación y dirección política estratégica. La tentación narcisista de cualquier ministerio con pretensiones exclusivistas, además de censurable, constituye un grave error político.

El momento punitivo

Como bien afirma el antropólogo, médico y sociólogo francés Didier Fassin, quien recientemente nos visitó: “La combinación de la intolerancia y el populismo penal hace que pueda haber una desconexión entre el aumento de los presos y la realidad de la criminalidad. Eso caracteriza al momento punitivo y es el punto de partida de mi reflexión. En realidad, mi trabajo no es explicar eso en detalle, sino tomarlo como un pretexto para reflexionar de manera más general sobre el castigo, tratando de plantear tres preguntas que pueden caracterizar la razón punitiva: ¿qué es el castigo?, ¿por qué se castiga? y ¿quién es castigado?”.

La población carcelaria ha aumentado ocho veces en Estados Unidos. Dos veces y media en Francia. 180% en Brasil. En Uruguay, en 1997 (cuando comenzaron las reformas del Código Penal para aumentar las penas) había 2.700 presos. Hoy superan los 11.000. Multiplicamos por cuatro la población carcelaria. La voracidad y tentación punitivista no se sacia nunca. Lejos de resolver, se transforma, ahora sí, en el problema. Estamos en deuda con esto.

Plan Siete Zonas y Mesas de Convivencia

El denominado Plan Siete Zonas, de intervenciones urbanas, fue un buen ensayo general. No era pertinente que lo ejecutara solo el Ministerio del Interior. Asumido por el Ministerio de Desarrollo Social, se dijo, no hay presupuesto. Error grave. Lo lógico sería que lo reintentáramos en clave de gestión y presupuesto compartido desde varios ministerios. Hay ejemplos institucionales que indican que eso funciona. La Junta Nacional de Drogas es un buen ejemplo. Menos entendible fue el trancazo que se hizo con el funcionamiento de las Mesas de Convivencia y Seguridad. Tampoco son un asunto del Ministerio del Interior. Hay buenas prácticas que demuestran que es posible darles dirección política para garantizar una gestión local planificada y con el concurso de varios actores. La participación de la comunidad tiene sus características especiales, pero hay que abordarlas en su complejidad y con docencia ciudadana. Insisto: experiencias como las desarrolladas en el Centro Comunal Zonal 3 (Goes) junto con el Mercado Agrícola y otros actores relevantes pusieron fin al imperio de los tumanes, en forma progresiva y sin violencia. Los planes que hoy se desarrollan en la cuenca del arroyo Casavalle y en el barrio Marconi tienen esa impronta.

Ahora el desafío para el Frente Amplio y su futuro gobierno es abordar el tema de la seguridad junto al de la convivencia ciudadana en clave de derechos. Avanzar sobre los logros pero rectificando los errores constatados. Es posible una gestión interministerial, conducida al más alto nivel, que aborde, con un programa transversal, la globalidad y complejidad del fenómeno social de la criminalidad y del conjunto de violencias sociales que vulneran nuestro derecho a la seguridad y la convivencia.

Los equilibrios macroeconómicos, de los que podemos hacer gala frente al incendio de Macri, son necesarios mas no suficientes. Hemos superado el “síndrome Antel Arena”, que pretendió frenar iniciativas desde un enfoque economicista algo dogmático. Se sobrepuso la política. Hoy, gracias a la acción conjunta y decidida de varios organismos (Antel, Ministerio de Industria, Energía y Minería, Intendencia de Montevideo) y a la movilización de vecinos y vecinas, tenemos otro panorama. Intervención urbana con prevención universal. Por añadidura, allí levantaremos un sitio de memoria (ex campo de detención masiva Cilindro Municipal).

Tendremos complejo Antel Arena. Con nuestros artistas y con Joan Manuel Serrat. Un lujo. Sí. “Vamos subiendo la cuesta, que arriba mi calle se vistió de fiesta”. Pero también para que, en clave de derechos y convivencia ciudadana, “el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailen y se den la mano sin importarles la facha”.

*Milton Romani es licenciado en Psicología y fue secretario de la Junta Nacional de Drogas.

Publicado en La Diaria el 13 de septiembre de 2018

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