HABLANDO DE HOMBRES por Daniel Parada

Artículo publicado en La Diaria 19 de enero 2022

Se define “femicidio” como la muerte violenta de las mujeres por razones de género. Según el Ministerio del Interior, en los primeros diez meses de 2021 hubo 21 femicidios, 90,5% de ellos cometido por hombres vinculados con la víctima: pareja, expareja u otro vínculo afectivo. Uruguay ocupa a nivel regional el segundo lugar en femicidios cada 100.000 habitantes, después de República Dominicana. Cada ocho días, en nuestro país muere una mujer por femicidio.

Estos datos los aportamos a modo de ejemplo ilustrativo y para evitar simples comentarios como “también matan a hombres” o “hay mujeres y mujeres”, o cualquier tentativa de justificar este comportamiento masculino. Las cifras hablan solas, por su gravedad.

¿De qué son víctimas las mujeres? Sin dudas que del estado patriarcal, y es más peligrosa su casa que la calle, si hablamos de salud desde el punto de vista biopsicosocial. Este estado patriarcal, que funciona desde las cavernas, llega al día de hoy teniendo la misma mano ejecutora: el hombre. Muchas veces se ha dicho que el hombre es el lobo del hombre en la sociedad capitalista, pero en el estado patriarcal es el lobo de la mujer.

Los hombres nos arrogamos muchos derechos con base en un concepto machista de los vínculos mujer-hombre y los justificamos: por ejemplo, el derecho a decirle cualquier cosa en la calle a una mujer, de cualquier tenor. ¿Quién nos da la potestad de abordarlas impunemente, a nuestro antojo? Esa actitud es de por sí una agresión.

En ese machismo llegamos a justificar lo injustificable, de tal forma que, si otro hombre se emborracha en una fiesta y le dice improperios a una mujer, lo excusan porque “está borracho, no sabe lo que dice”, cuando en realidad el alcohol juega un efecto liberador y dicen lo que realmente piensan. Nadie le dice “hazte responsable, ándate para tu casa y no sigas agrediendo, pídele disculpas, no tomes más si no te manejas”, y de esa forma avalamos un hecho de violencia de género, lo naturalizamos de tal forma que no vemos la gravedad de la violencia que lleva implícita la situación. Ese mismo hombre, en otra circunstancia, estando borracho, termina apuñalando a su pareja, y volvemos a repetir “estaba borracho” y así seguimos justificando la masculinidad hegemónica.

Entonces es claro que la sociedad patriarcal presiona tanto sobre hombres como sobre mujeres, y los valores de masculinidad que construye se toman como identificación de género: fumar, tomar, la mujer objeto, la posesión de la mujer, el acoso, el abuso sexual y otras.

Hecha esta disquisición, no voy a hacer ningún alegato defendiendo a los hombres. Simplemente, a lo largo de esta columna quiero mostrar la posibilidad de que los hombres reflexionemos sobre nuestros valores, acciones y comportamiento. Deberíamos tener espacios colectivos donde dialogar e intercambiar sobre estas cuestiones.

Soy un viejo militante de izquierda porque comencé joven en esto de la militancia, y porque soy viejo de edad. Nuestra principal preocupación en aquellos años fermentales era el hombre nuevo, la sociedad nueva, la revolución, el socialismo, el antiimperialismo. Nos criamos bajo la influencia del Che, de Fidel, de la Cuba revolucionaria. Corea y Vietnam expulsando a los yanquis. Discutíamos el pensamiento de Mao, leíamos a Hackneker, a Marx, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y a Gramsci. Crecimos culturalmente con los Beatles, Antonio Machado, Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat, Daniel Viglietti, Los Olimareños, Eduardo Darnauchans y muchos otros. Pero sobre la situación social de la mujer, en lo que más que avanzamos fue en llamarlas “compañeras”; en la construcción del hombre nuevo no entró deconstruir el machismo y construir la nueva masculinidad, ni la visión de género. Ni pensábamos que junto a la sociedad capitalista debíamos terminar con el flagelo del patriarcado.

Parecía que ese término lo cambiaba todo, pero en los hechos todo estaba igual. El hombre proveedor, la mujer en el hogar. Si los dos pretendían militar, la mujer a la casa y el hombre a militar, los cargos de mayor jerarquía para los hombres y sí, es verdad, “el techo de cristal” existe desde entonces.

Desde pequeños fuimos criados con una orientación sexual definida: en toda familia existía un tío gordo y pelado, el cómico de la familia, que a veces llevaba el título de padrino, que te decía desde que estabas en la cuna, “a los 14 te llevó a un buen quilombo a debutar, porque eso que tenés ahí debés usarlo mucho”. La sociedad te exigía ser un buen padrillo, si no eras un fracaso como hombre, mientras que a la mujer se le exigía la virginidad, “una virtud para entregar después de la iglesia”. Aquella mujer que tenía muchas parejas sexuales era una puta, porque el hombre era el que debía tener experiencia para enseñarle a su mujer. Entiéndase bien, “su” mujer.

Este cambio no es sencillo y los hombres nos sentimos amenazados por la pérdida del control sobre la mujer y la sociedad.
En los ambientes sociales, desde niños, adolescentes y llegando a hombres, estos fenómenos se reproducían permanentemente, y no sólo se veía en el fondo a la mujer como un objeto de nuestra posesión, sino que además debía cumplir con ciertos cánones impulsados por la sociedad judeocristiana, en la que un dios odiosamente culpabilizador imponía sus reglas a través de la Iglesia o la sinagoga.

Sé que muchos dirán: “¡Pero eso fue hace 200 años!”. Yo digo que no, los que nacimos en 1954 fuimos influenciados por esa cultura, y algunas generaciones más recientes también.

El peor insulto que le podías decir a un hombre era “maricón”, “mujercita” o “hijo de puta”. En suma, homofóbicos y misóginos.

Quiero de esta forma mostrar nuestro punto de partida.

La deconstrucción de nuestra masculinidad y la construcción de la nueva necesita la ayuda de todos y todas o todes, pero somos nosotros los que debemos asumir nuestra cuota de responsabilidad y que la situación es de mucho riesgo para la mujer.

Primero debemos asumirlo, entender que debemos cambiar y romper la sociedad patriarcal. La sociedad machista es parte de la base del sustento ideológico del capitalismo, y sustituyendo el capitalismo solo no rompemos la sociedad patriarcal. Y esta, si no la combatimos, pudrirá el nuevo modelo social.

No va a ser fácil entender que no es más rosado para niñas y azul para varones, que los varones pueden jugar con muñecas y las niñas con pelotas, que se acabaron los juegos por sexo, que los géneros son varios; realmente es pensar con una nueva cabeza.

Bienvenido el cambio, cuando este es para ser más tolerantes y comprensivos, para buscar la igualdad de género, para romper el techo de cristal. Este cambio no es sencillo y los hombres nos sentimos amenazados por la pérdida del control sobre la mujer y la sociedad.

A lo largo de la historia, la mujer fue salvajemente agredida por el hombre, física y psicológicamente, fue tratada como origen del pecado, de bruja, prostituta, etcétera, con castigos que iban desde el escarnio público hasta la tortura y la muerte.

Es lógico su sentir y reivindicar lo que es justo. Nos sentimos amenazados, y aunque muchos de nosotros lo entendemos y lo intentamos, nos cuesta lograr la amplitud del cambio necesario en nuestras conciencias. Apostar a la cabeza de las nuevas generaciones de mujeres y hombres es la salida.

Nosotros, nuestras generaciones, debemos repensarnos, y me refiero con esto a la construcción de una nueva masculinidad, al nuevo ser y al nuevo deber ser. Contribuir lo más posible a construir la equidad de género para lograr la igualdad.

¿Una masculinidad riesgosa para la salud?

Escribe Pablo Anzalone

La concepción predominante sobre la masculinidad genera riesgos y aún perjuicios graves para la salud de los varones. Uruguay presenta cifras significativas y es un tema donde la mirada de género puede ayudar a desentrañar causas y consecuencias.
Son muy notorias las diferencias en la atención a la salud según género. Mientras en la infancia niños y niñas consultan al equipo de salud en forma similar, al entrar a la adolescencia y juventud los varones desaparecen de las consultas médicas. Salvo en las puertas de urgencia por accidentes o intentos de suicidio. Recién comienzan a consultar nuevamente después de los 40 cuando ya presentan síntomas de enfermedades cardiovasculares, diabetes o cáncer. Sin duda un factor determinante en este fenómeno es el modelo asistencialista y curativo de la salud, que subestima los controles en las personas cuando están sanas, tanto varones como mujeres. Pero la diferencia de consultas entre géneros hace pensar que la idea de masculinidad asociada a la fuerza, la autosuficiencia, la subestimación de los riesgos, la responsabilidad laboral, operan en los varones para que no se preocupen por su salud. La idea-fuerza del autocuidado y la prevención, del cuidado en general, propio y de los demás, se asocia culturalmente a lo femenino. Distintas investigaciones señalan que las mujeres están mejor informadas sobre sus enfermedades que los hombres. Desde la educación sexista se induce a los varones a no jerarquizar su salud ni a buscar la ayuda de sus padres en ese plano. Como las definiciones de masculino y femenino son relacionales, en la actual distribución (estereotipada) de roles suele recargarse en las mujeres el cuidado de la salud de los varones.

En temas como la salud sexual y reproductiva los estereotipos de género centran las preocupaciones y las acciones en las mujeres, dejando de lado los problemas y las responsabilidades de los hombres. Es así que la prevención de enfermedades de transmisión sexual se hace mas compleja o ineficaz al no involucrar al varón (un ejemplo es la dificultad para abatir la sífilis connatal). El rol secundario y marginal asignado a la paternidad recarga a la madre pero también perjudica al niño y al padre, privándolos de un vínculo que será fundamental en la vida.

Más allá de la atención sanitaria, cabe analizar, desde una mirada de género, los problemas de salud, la carga de morbilidad y mortalidad que sufrimos. La diferencia en la esperanza de vida es muy clara, llegando en Uruguay a que las mujeres viven 7,1 años más que los hombres (2013). Pero esa cifra global esconde muchos fenómenos sociales, culturales, psicológicos, donde el género influye.

A nivel internacional hay investigaciones (Courtenay 2000) que demuestran que hay mayores probabilidades de asumir hábitos perjudiciales para la salud en hombres que poseen los modelos tradicionales de hombría que los que comparten ideas no tradicionales. También son mayores los riesgos de padecer depresión o fatiga nerviosa y presentan más problemas cardiovasculares ante situaciones de estrés. El intercambio con las familias sobre sus problemas cardíacos es menor. Las redes sociales necesarias para el apoyo a conductas saludables son más precarias o juegan roles negativos en ese plano.

El hecho más impactante (para mí), es la cantidad de suicidios. Uruguay tiene uno de los índices más altos de América llegando a 17,4 cada 100.000 habitantes en 2014. Pero los hombres se suicidan mucho más que las mujeres, con una gran diferencia, 27,9 hombres cada cien mil habitantes mientras en las mujeres es 7,6. Se suicidan cuatro veces más hombres que mujeres. Se ha dicho con razón que cuando una persona resuelve quitarse la vida, no es que quiera morir sino que no soporta seguir viviendo de la forma en que lo hace. ¿Porqué un porcentaje tan alto de hombres no aguanta seguir viviendo así, al punto de quitarse la vida?
Hay otros fenómenos como los consumos de drogas donde esta problemática vuelve a aparecer.
Hace tiempo ya que las concepciones más avanzadas en materia de políticas de drogas señalan que las causas no hay que buscarlas en las sustancias sino en los vínculos lesionados que están detrás de la adicción. En el consumo problemático (separemos del consumo recreativo) son fenómenos de sufrimiento social los que están influyendo en las adicciones más importantes. Las adicciones son una respuesta (personal, grupal, societaria ) a esos fenómenos de desarticulación social, a las dificultades del entramado social, familiar, comunitario, para contener las contradicciones que la sociedad genera en las personas. Ese sufrimiento social se agravó en Uruguay durante la crisis del 2002 pero luego continuó a pesar del crecimiento económico y la disminución de la pobreza.

Si vemos las cifras de alcoholismo, de tabaquismo, de consumo de marihuana, constatamos que los varones abusan de estas sustancias en mucho mayor medida que las mujeres.En los usuarios problemáticos de alcohol 85% son hombres. El consumo habitual de marihuana es el doble en hombres que en mujeres ¿ Cómo se origina esa lesión de los vínculos y sufrimiento social en los varones?

Hay otras conductas de riesgo que asumen los varones y que responden a procesos complejos de fractura y sufrimiento social. Si miramos las cifras de delincuencia también los varones son ampliamente mayoritarios en relación a las mujeres. Tenemos un sistema punitivo que incrementa cada vez más la cantidad de personas encarceladas. En 2015 el 90,7% de las personas procesadas y penadas fueron hombres, entre 19 y 22 años. Si analizamos los homicidios vemos que tanto víctimas como victimarios son mayoritariamente hombres. Esta concepción de hombría suele estar vinculada con una mayor inclinación a la resolución violenta de problemas en las relaciones interpersonales. De allí los mayores riesgos de homicidio y los elevados indicadores de violencia doméstica.
También las cifras de muertes por accidentes de tránsito registran la influencia del estereotipo de masculinidad. Otra vez la imagen de masculinidad asocia con valentía, prácticas como conducir a velocidades y condiciones riesgosas.
Hay muchas concepciones (de izquierda y de derecha) que reducen los problemas a lo económico. América es el continente más desigual del planeta. La reducción de la pobreza y las desigualdades económicas son un elemento fundamental para crear una sociedad más justa. Pero sería un grave error subestimar otras desigualdades que cercenan derechos y afectan la calidad de vida de grandes sectores. O dejar de lado objetivos democratizadores de las relaciones humanas en la construcción de una sociedad diferente. Las definiciones culturales de “masculinidad” y “feminidad” son construcciones históricas dinámicas y no “hechos naturales”. No todos los hombres son iguales. En cada período histórico y en cada formación social existen distintas concepciones de masculinidad, pero hay algunas que son dominantes mientras otras son relegadas o incluso estigmatizadas. Robert Connell definía como “masculinidad hegemónica” la que es más valorada, elogiada, incorporada en las prácticas sociales en un determinado contexto. Esto implica distintos planos de la vida social, relaciones de poder, división sexual del trabajo, cargas emocionales vinculadas a lo masculino y femenino y contenidos simbólicos asociados al lenguaje, la forma de vestir, tipos de consumo. La salud es uno de esos planos. En el siglo XXI varios procesos de cambio afectan esos roles establecidos.
En Uruguay se ha estudiado el tema “masculinidades” desde distintos actores, tanto a nivel académico (Udelar FCS, FP) como institucional (Mides, IMM) y también social (Mysu, CEMG y otros). Los trabajos de Francois Graña son muy interesantes. Desde la Div.Salud colaboramos con la Secretaría de la Mujer para problematizar el tema en las practicas sanitarias y sociales.
La salud necesita una mirada de género.
Cabe preguntarse si esta concepción de la masculinidad (un producto histórico relativamente reciente) no está generando a los varones tantas tensiones, tantos roles a asumir, tantos fracasos ante las exigencias impuestas por ese esterotipo cultural, que terminamos con más problemas cardiovasculares, consumiendo muchas más drogas, asumiendo más conductas de riesgo para nuestra salud. Los varones morimos antes por enfermedades y en una proporción nada menor, resolvemos quitarnos la vida. Matamos y nos suicidamos más. Tal vez sea hora de cuestionarnos si una concepción que pone a los hombres en un rol dominante, que subordina y posterga a las mujeres, que estigmatiza las orientaciones no heterosexuales, también afecta en forma significativa la salud y la vida de los varones.

Publicado en el Portal Telescopio