¡Cuántas cosas!
Parece que hubiera pasado un siglo. Muchas palabras watsaperas. Imaginables e inimaginables. Circulan algunas fotos actuales, otras antiquísimas; música; recetas de cocina, chistes, poesías, pensamientos inesperados, conocidos y desconocidos; modernos, postmodernos, revolucionarios, filosóficos. Es como si el mundo empezara a chisporrotear.
Casi todos los días he respondido, como en un breviario, a las personas que me han escrito y que quiero. Dos por tres, sin darme cuenta, ¡lo hago en portugués! He notado que se entiende. Así que ya ni corrijo. No me sale ni un “che”, ni un simple “no te preocupés.” Además, la verdad, con tan variados interlocutores, parece que me estuviera convirtiendo en ministro de relaciones exteriores, rol que nao gosto, nao. Non me piace, per niente. Parece que ese tipo de trabajo es agotador. Así que no.
Hoy tomé una.decisión: me alejo un poco de todo eso. Respeto, escrupulosa, algunos horarios: uno, charlar un poco con mi hija. Me alegra el día. Otro, el tiempo de trabajar. Luego, descansar. Lo demás, vendrá por añadidura.
Oigo el timbre y salgo. Es Mario. Llegó en su moto, con varias paltas en una bolsa. Aún no están maduras. Dijo que se cayeron con el temporal de días atrás. ¡Qué regalo! Mario es, para nosotros, como un dios. Fue el que nos ayudó a arreglar y pintar la casa en la que vivimos hace unos trece años. Lo queremos muchísimo.
Charleteamos, alejados. Ni bien llegó dijo, sonriente: “Soy negativo”. Carcajadas. Nos contó alguna cosa sobre la vida de Alejandro, un muchacho que a veces trabajaba con él para ganarse unos pesos; los dos en negro. Alejandro era y es no vidente, por culpa de unas cataratas. Parece que había varias personas con ese problema en su familia. Ninguno se operó con los médicos cubanos. Un día, cuando estaba a punto de ser intervenido, se levantó y se rajó de la sala. ¡Asunto serio ese Alejandro!
Cuando Mario se marchó, paró en la puerta Miguel. Fue vecino nuestro hasta que una pareja de uruguayos que regresó de Australia le compró la casa, con plata que habían ahorrado allá. Él trabajaba como obrero de la construcción; ella como empleada doméstica.
Miguel vino en auto, con su mujer. Pasaron a saludar, nomás. Ella, no sé cómo decirlo, es bastante rarita. La verdad es que ¡he conocido personas tan raras! Algunas tienen una manera de imponerse con una ridícula superioridad. Solo ellas se la creen. El resto de los mortales parece que fuéramos los fundadores de la idiotez. ¡Qué se yo! Siempre hay cardos a la vera de los caminos.
Apenas se fueron, ya estando en casa, entró Ricardo Darín. Una amiga lo notó extraño también. Otra le contestó que lo que pasa es que está mayor. Estos comentarios, quizás baladíes, me hicieron pensar en la diferencia entre mirarse por el espejo y pensarse para adentro.
Cuando uno se mira al espejo, a veces da ganas de no verse. Pero si se mira para adentro, parece que tuviera veinte años. Haga clic en lo que prefiera. Si elige espejo, más vale que sea opaco. Si elije mirarse para adentro, trate de no mentirse. Tiene infinidad de opciones. Hoy elegí verme para adentro. Con esto del corona, no es cuestión de andar afuera.
Me veo jugando de tardecita a la escondida, con toda la gurisada de los alrededores, niñas y varones. O tratando de ganar una carrera de bicicletas. O juntando bichitos de luz.
Escondida, bicicletas, bichitos de luz; tropezones, agachadas, paradas, gritos, llantos, sudores, barro. Todo, en la enorme plaza de la ciudad. Para nosotros, era la liberación. Los monumentos que allí están hasta hoy, eran juguetes. Y eso que uno de ellos homenajea a Cristóbal Colón. ¡Quien diría!
También me veo jugando a la ronda en el patio de la escuela, cantando, afinadas o desafinadas:
Sale el sol, sale el sol
En la esquina de mi casa.
Voy a ver, voy a ver,
La vereda solitaria.
Que salga la dama dama
Vestida de marinero,
Si no tiene dinero,
La pala de acero.
Pasé esta letra a un pequeño grupo de amigas. Lo recordaron muy bien y agregaron otro:
De la soledad se debe huir,
se debe huir.
Sólo con las amigas se debe jugar,
se debe jugar.
¡Pobre George Moustaki! Pensar que cantaba: “Je ne suis jamais seule, avec ma solitude”.
¿Cómo haría?
Vaya uno a saber.
Así son las cosas.