Ante las elecciones internas que se avecinan debo decir que también yo soy parte del club de los desmoralizados. Luego de militar cuarenta años en un partido y de estar junto a otros compañeros a cargo de su medio de prensa, un grupo de integrantes de la dirección decidió interrumpir su impresión. Así, sin más. Pensé que la censura no era una actitud de izquierdistas y me fui junto a otros compañeros y lo hicimos público. Como todas las rupturas fue dolorosa y los relatos que circularon sobre ella aún más. Está claro que no somos los únicos. Otros compañeros tendrán otras razones para haber abandonado sus partidos o sus comités o las organizaciones sociales a las que habrán dedicado su vida. Seguramente los maestros estarán desencantados después de oír a la Ministra de Educación menospreciarlos; lo mismo que los militantes de organizaciones de derechos humanos al oír al Ministro de Defensa estigmatizarlos gratuitamente. Y la lista de errores de quienes se constituyen en personajes, sigue. Sin embargo, los desencantados tenemos que reconocer que la lista de aciertos es tan larga que resulta difícil enumerarla. Porque el FA es eso, un espacio heterogéneo de corrientes que confluyen en la necesidad de cambiar la sociedad para más justicia social con diferentes ideas sobre cómo hacerlo. Y mientras unos meten la pata, otros tiran y tiran para adelante. Impulsan la transformación del Sistema de Salud; la disminución de la pobreza; la eliminación de la indigencia; planes de vivienda; el cambio de matriz energética; entran a los cuarteles a buscar los restos de los desaparecidos; eliminan con un solo decreto todas las decisiones de los gobiernos blancos y colorados que ampararon a los criminales de lesa humanidad en la impunidad; reconocen derechos de género; impulsan leyes contra el monopolio mediático que tanto mal ha hecho en otros países de AL; impulsan un sistema nacional de cuidados y no puedo seguir enumerando porque necesitaría mucho más espacio.

Al mismo tiempo, estas elecciones internas del Frente Amplio se dan en un marco de avance regional de los partidos conservadores. Pero en Uruguay no está dicha la última palabra. Estamos en condiciones de mirar las experiencias de nuestros vecinos y aprender de ellas y en eso se juega, no sólo el destino de los uruguayos más necesitados sino las perspectivas regionales en un momento de crisis de expectativas y de una fuerte desmemoria construida a través de los medios masivos de comunicación y de la globalización de la desinformación. Es así, que cuando se habla de corrupción en la región, la derecha intenta mostrarla como si se diera en Uruguay en la misma dimensión. Cuando asistimos a un linchamiento político de la Presidenta de Brasil sin pruebas y con un relato falaz creado por los grandes medios, la derecha uruguaya se frota las manos y juega a la confusión y al “fin de ciclo”. Se suben a las redes fotografías tomadas en otros países. Se intenta confundir a la ciudadanía.

En ese marco, la desmoralización y la perplejidad de los frenteamplistas son enormes. No aparecen entre los candidatos liderazgos indiscutibles, lo que es bueno. Porque como ha afirmado el Pacha Sánchez, a quien apoyo, nadie puede revertir sólo la desmoralización y el descreimiento. Tiene que haber un impulso colectivo por recuperar la herramienta de cambios y ponerla a pelear la hegemonía política y cultural con la derecha.

Pensar en crear un acuerdo estratégico es válido y hacia él habrá que caminar pero así pelada, la idea deja en blanco a los frenteamplistas y el voto se convierte en un acto de confianza. Las correlaciones de fuerza son, existen, y se actúa sobre ellas, no convocando a un gran acuerdo sino gestándolo desde las prácticas y miniacuerdos cotidianos. Entre otras cosas porque el Frente Amplio es unidad en la diversidad, y es bueno que lo sea. No queremos un frente homogéneo, alineado con líderes indiscutibles. Queremos un Frente que haga política con dimensiones humanas.

Y aquí cabe recordar las palabras del inspector Guarteche cuando parafraseaba a un amigo afirmaba que era sorprendente todo lo que se puede avanzar cuando deja de preocuparte quién se lleva los premios.

Hoy la gran batalla es pelear la hegemonía cultural con la derecha y para eso hay que opinar y votar desde adentro de la herramienta política que ha forjado el pueblo en décadas de historia y que condensó las luchas por derechos y libertades de otras tantas décadas anteriores.

Años de autoritarismo nos enseñaron a valorar las instancias democráticas. En un mundo en el que las corrientes populares deben llevar adelante sus campañas electorales a contrapelo de la inversión que hacen las grandes corporaciones para construir las candidaturas que les son afines, el FA da un ejemplo al elegir democráticamente sus direcciones. No la desperdiciemos en el escepticismo.